El Pantano De La Inseguridad III

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¿Sueños o miedos…? Destino


Como no ayudar para que nada interrumpiera aquel instante. Un par de chicos se abrazaban y besaban como si el mundo entero no existiera, como si todo su mundo fueran solo ellos dos. Aunque, en realidad, así era en sus corazones.

–Gulf –susurró en su oído antes de lamer el cuello ajeno a la vez que sus manos comenzaban a acariciar aquel perfecto y blanquecino abdomen.

–Kao –salió de sus labios con sumo placer al notar que las manos del mayor descendían sin intención de parar.

Ninguna parte del cuerpo de Gulf reaccionaba como él quería. Lo único de lo que se sentía capaz de hacer era respirar y disfrutar.

–Quiero hacerte mío –comenzó a gruñir, el mayor, entre besos. –Necesito hacerte el amor. Ahora.

Oír aquella voz solo volvía loco al pelinegro, quien se removía entre los brazos de su lobo amante. Él también le deseaba, quizá hasta con mayor intensidad. De inmediato empezó a tantear con sus manos algún acceso entre la ropa del mayor, sin éxito alguno. Para el menor eso era incómodo pues quería sentirle; aquella situación estaba un tanto injusta ya que el lobo aún se encontraba vestido por completo dejándole imposible el tocar o saborear su piel, mientras él podía hacer lo que quisiera con el pelinegro.

–Tu ropa me estorba –se quejó Gulf descaradamente, a lo que el otro sonrió ampliamente.

–Solo tienes que quitarla, pequeño.

"¿Pequeño? ¿Acaso se está burlando de mí?", pensó el menor al sentir castos y tiernos besos en sus mejillas.

Sin dejar de mirarle ni un segundo a los ojos, Gulf le apartó de sí lo suficiente para empezar a desabotonar uno a uno los botones de su camisa, disfrutando de cómo su piel iba apareciendo ante él. Y aquello le estaba dando una idea.

Sin que el lobo lo supiera, sus últimas palabras habían despertado algo en el menor que jamás hubiera pensado fuera posible.

Finalmente, al dejarlo completamente desnudo –igualando sus condiciones–, el azabache se pudo deleitar el tacto con la piel ajena. Aquellos músculos bien marcados, y que se encontraban repletos de diversas cicatrices, le hacían sentir protección, una tan única que desearía nunca salir de sus brazos.

Como si con la mirada pudiesen hablarse, ambos hicieron la misma acción, comenzando a masturbarse definiendo con sus dedos muy lentamente la erección del otro.

–Ah… –soltó el lobo preso de placer.

–Eso es, lobito –comentó el menor con un repentino tono de seducción. –Solo déjate llevar –continuó para ponerse de puntillas y tener acceso a delinear con su lengua los labios ajenos.

El lobo le cargo brevemente para arrastrarlo y caer en la lodosa superficie donde se encontraban parados, pero antes de que pudiese disfrutar de sentir aquél perfecto y diminuto cuerpo bajo del suyo, el menor ejercicio presión para colocarlo de espaldas y acomodarse de rodillas entre sus piernas.

–¿Qué intentas hacer?

–Solo algo de lo que he tenido ganas desde que me hiciste tuyo, Kao...

–Espera, Gul... –no alcanzó a terminar de hablar cuando se vio en la necesidad de tirar su cabeza para atrás pues la lengua del menor lamía la punta de su hombría desesperándolo.

El chico sonrió ante la reacción del mayor y sin esperar más tiempo le succionó sintiendo aquel cuerpo temblar de placer. Con su lengua masajeaba al lobo envolviéndolo, subiendo y bajando con rapidez enloqueciendo al mayor, quien ya no acallaba los gemidos que salían de su garganta.

Después De Caperucita Roja Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora