Capítulo 1: Un encargo común en lo extraordinario

1.1K 73 36
                                    

Era un día lluvioso, como casi todos los días en las islas. Mucha gente pensaba que por no estar en Estados Unidos iba a librarse de los sucesos extraordinarios. Hombres de acero que vuelan con una sonrisa radiante, caballeros oscuros que guardan las calles, borrones rojos que corren de un lugar a otro solucionando problemas.

Pero John Constantine sabía que eso no era ni remotamente cierto. Aunque todos los villanos tuviesen predilección por aquella masa de tierra fundada por colonialistas que llamaban Estados Unidos de América, había males mucho más antiguos y profundos que amenazaban el mundo en su totalidad. Y para desgracia de Constantine, normalmente lo que se interponía entre los demonios y la tierra, era él mismo.

Se encontraba subido en un taxi, dirigiéndose a un sitio cerca de Caerphilly, en el sur de Gales. Iba con su teléfono de bisagra pegado al oído, la única forma de tecnología de la que se fiaba, aunque no dudaba que el murciélago le hubiese puesto un rastreador en algún lado. Y de ser así no le culparía, él haría lo mismo.

– Sigo sin saber porque me mandas a mí hacer vuestro trabajo, Barry. – dijo el británico mientras jugueteaba con su mechero. – ¿Tan mal vais que necesitáis autónomos?

– John, sabes que la Justice Incarnate está muy ocupada últimamente. No es solo vigilar que todas las Tierras estén a salvo, Darkeseid y otros villanos han empezado a moverse. – dijo el velocista al otro lado. Constantine le tenía mucho aprecio, como la mayoría que coincidía con él, aunque pecase de preocuparse demasiado. – Zatanna está en una misión con Fate, y tú eres el mayor experto en magia que conocemos.

– Por mucho que me gusten los piropos de hombres casados, eso no va a funcionar conmigo culo inquieto. – Constantine se puso un cigarro en la boca, pero en ese momento el taxista golpeó un cartelito que tenía encima. "Prohibido fumar". El inglés guardó el cigarro de mala gana.

– Venga John. Esto es trabajo, y se te pagará como tal. Sea lo que sea, puedo convencerles.

– Está bien. Diles que serán mis honorarios normales por estos asuntos, cien mil libras. Y además, quiero un vial de sangre de Diana.

– ¿Qué? ¿Porqué ibas a querer eso?

– Ahora es una diosa, ha compartido secretitos con el Espectro y Phantom Stranger. En este trabajo uno se cruza con muchos falsos dioses y dioses malvados, la sangre de una diosa de la vida podría salvarme el puñetero culo.

Flash suspiró al otro lado. – Dame un segundo. – Constantine escuchó un irritante zumbido sónico, luego volvió a la normalidad. – Diana dice que está bien, pero que si le pides algo más te mandará a custodiar la Roca de la Eternidad.

– Yo también la quiero. Saluda a Iris de mi parte.

– Lo haré. Y John, ten cuidado.

– Por favor Barry. – Constantine colgó. – Si tuviese cuidado, no haría este puto trabajo.

Pasaron diez minutos hasta que el taxi paró en seco.

– Te bajas aquí. – ordenó secamente el taxista.

– ¿Aquí? No me jodas Jake, estoy a un puto kilómetro.

– Corren rumores sobre ese castillo al que quieres ir. Y te conozco demasiado bien. No voy a ir más lejos.

– Joder... Dame al menos un paragüas.

Con los zapatos calados y un chubasquero de mala calidad encima, Constantine llegó por fin al castillo abandonado del que le habían hablado. – Será hijo de puta... prefería cuando los rituales eran en pubs irlandeses.

Constantine se encendió un cigarrillo, activando un pequeño hechizo que dejó su ropa seca. Su gabardina marrón estaba muy maltratada, pero le gustaba demasiado como para deshacerse de ella. Además, eso y la corbata roja eran su marca, los clientes tenían que saber que contrataban al tipo correcto.

Hellblazer: Grimm ExorcistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora