CAPITULO 22

254 30 0
                                    

Se incorporó con pereza y con cierto escalofríos, el umbral de la noche comenzaba a enfriar incluso con la calefacción. El golpeteo de la puerta le hizo desvanecer aquella sensación de sueño que aún conservaba y que de alguna manera era tan anticlimatico cómo molesto.

Ante la insistencia, pensó que se trataba de Jill puesto que habló con ella hace unas horas y está última menciona algo de ir a verla si tenía la oportunidad.

—Ya voy ya voy—Exclamo con pericia.

Al abrir, su semblante enérgico y sonriente creyendo que se trataba de su mejor amiga se borró casi al instante. En segundos cubrió su pecho expuesto ligeramente con la bata que llevaba puesta observando con desprecio a Albert enfrente de su persona.

—Hola Rebecca, está noche te ves espléndida.

Contrario a lo que su cumplido podría provocar en ella, la mujer sintió todo menos rubor y es que apenas vio su rostro, todo en su mente le repetía una y otra vez abofetealo.

—¿Qué quieres?—Estallo con cara de pocos amigos—Ya te dije sobre venir a mi departamento, si Leon te ve aquí...

—Leon no se va a enterar, ¿está Washington no?

—Eso que importa, no tienes nada que estar haciendo aquí así que por favor te pediré que te retires y me dejes descansar, es tarde y mañana trabajo.

Tomó con firmeza el extremo de la puerta y se precipitó a cerrarla, no tenía en absoluto ningún deseo de continuar con esto, no obstante Albert lo evitó.

—Rebecca... no hagas esto más difícil, ya hablamos de cómo serán las cosas ahora.

—Callate Albert, tal vez no tenga entrenamiento militar pero se como usar un arma.

—¿Vas a matarme?—Cuestiono el profesor dando pasos hacia adelante —No creo que seas capaz, no tienes las agallas y sobretodo, la sangre fría para hacerlo.

Rebecca retrocedió lentamente a medida que Albert cruzaba el marco de la puerta con temeridad, a estas alturas se puso ligeramente nerviosa y tensa, hacia tiempo que dejó de ser una mujer que se involucraba en las misiones de campo, por lo que aquel instinto de supervivencia había casi desaparecido.

Ella no pudo evitar cuestionarse porque su cuerpo no respondía, pero estaba tan limitada a ver como aquel hombre avanzaba sin poder hacer nada que en un punto fue incapaz de retroceder más. Sus piernas se detuvieron cuando tocaron el sofá de la sala, en ese momento Rebecca entró en pánico pensando mil y un cosas, el frío de la noche la recorrió y la hizo estremecer aún más.

Lentamente ella cerró sus ojos y pensó lo peor, estaba completamente al borde del abismo del pánico y la angustia que Albert comenzaba a infundir en ella. Cuando sintió su respiración cerca de su cuello, un abrumador escalofrío la desbordó, porque se suponía que solo Leon era el único que podía tocarla y así debía hacer hasta que, en cuestión de unos instantes Albert susurro a sus oídos—Apagare las luces, ¿Te parece?

Ella sabía lo que significaba tales palabras, ser ultrajada a estas alturas de su relación con el agente Kennedy serían devastadoras para ella misma, no podía aceptarlo y ni siquiera pensarlo, por lo que en un desenfrenado ataque de adrenalina y supervivencia estiró sus brazos y lo alejó con todas sus fuerzas, gritando en el proceso—¡Alejate de mi!

—¡Alejate de mi!

—¡¡Alejate!!

Cuando sus ojos abrieron sintió unas manos cálidas sujetando sus hombros, pero a diferencia de lo que recuerda, aquellas manos no le resultaron ajenas pues resultaba tan sobrecogedor que el hecho del simple contacto físico la cautivó, dicho contraste fue una plena señal de que se trataba de él.

Cuando estoy contigo | Leon y RebeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora