Capítulo 25: El preu del colo

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Él suspiró. Mientras Solari había llorado en mi hombro la noche anterior ante la posibilidad de irse, Gil con sus años de experiencia y temple expresaba su angustia de forma diferente.

- No lo sé, parece que sí.

Debo de haberme puesto pálida, porque Gil corrió hacia mí e hizo un esfuerzo por sonreirme:

- Pero no te preocupes - me pasó un mechón de pelo detrás de la oreja - yo estoy bien. Creo que deberías hablar con el Pibe, está bastante más afectado. 

Asentí, pero mis lágrimas no me dejaron decir nada más. 

"Hay algo que los chicos no saben", me dije, "creo que pasó algo en la mañana entre el Pibe y Gil, de seguro él sabe dónde está". 

Sentí que alguien nos observaba. Me giré y vi una gran sombra detrás de nosotros: Peluca.

- Quinteros está preguntando por ti - dijo - ya tienes que irte.

Eso me hizo reaccionar, no quería meter en problemas a nadie.

- Sí, sí - me limpié los mocos - ya me voy.

Le dediqué una sonrisa a Gil entre tantas lágrimas y pasé por el lado de Falcón, pero me detuvo.

- No es por vos, es por Gil - lo señaló.

Pude ver un atisbo de miedo en sus ojos, mas no fue suficiente para derrumbarlo. Tomó aire, infló el pecho y asintió. Se encaminó hacia los camarines, pero antes tenía que despedirse de mí.

- Que no se te olvide que te quiero mucho, ¿vale? - me abrazó - aunque no sea de la forma que tú esperas.

Luego le pegó una mirada a Falcón y él me rodeó por los hombros.

- Tranquilo, yo me quedo con ella - respondió.

Nos quedamos mirando como Gil volvía con el resto del plantel, donde lo esperaba Quinteros y unas maletas. No fue necesario preguntar el motivo.

...

- ¡Ya po weon, pásamelo! - le grité.

- Para ser niña dices bastantes malas palabras - se rió Falcón.

- Es que Solari no me quiere dar - hice pucheritos - la puntita nomás, pa probarlo.

El Pibe dejó de correr para dejarse caer en el pasto, cagado de la risa.

- No deberías decir eso tan fuerte, van a pensar que soy un pervertido - dijo entre risas.

Yo me reí también, en verdad sonaba pésimo.

- Déjame probar el helado entonces - me senté junto a él y apoyé mi cabeza en sus piernas.

- Ya, pero solo un poquito - accedió.

Con mucho amor me despejó el pelo de la cara y, haciendo un avioncito, me dio a probar una cucharada de su helado.

- ¡Quiero otra! - le sonreí como una cabra chica. 

Solari se veía tan tierno desde aquí. Sus ojitos se achinaban cuando se reía, y no sé porqué, pero todo lo que hacía me daba ternura. Sacó otro poquito de helado con la cucharita y, cuando ya estaba cerca de mis labios, se arrepintió.

"¿Qué haces?", quise decir, pero no me dio tiempo. 

Echó una mirada rápida a su alrededor: Falcón estaba jugando con una ramita que había caído de un árbol, Lucero estaba tomando sol y el Emiliano estaba leyendo algo en su teléfono, nadie nos veía.

En un movimiento rápido, se inclinó sobre mí para darme un piquito.

- ¿Todavía querés otro? - sonrió muy coqueto.

De la misma hinchada (Leonardo Gil)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora