Capítulo 24: Te quiero

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- ¿Dónde está Solari? - le pregunté, ignorando lo demás.

Lucero le pegó una mirada a Falcón que a mí me dio escalofríos.

No, por favor.

No más secretos.

- No llegó... - respondió Falcón, tragando saliva.

Me imaginé lo peor, que Solari se había tirado un puente después de irse de mi casa.

En estos momentos la PDI debería estar interrogando a mis papás por sospechosos de homicidio. Más encima mi Leito Gil se está alejando y...

- Rosario, ¿estás bien? - Peluca me tocó el hombro - te quedaste como pegada.

Eso me sacó de mi aturdimiento.

- Sí, estoy bien - asentí totalmente perdida - permiso.

Lo aparté con el brazo y me abrí camino entre ese grupo de hombres sudados que me miraban raro. Entre empujones me paré de puntitas para buscar al pelirrojo que se alejaba de mí.

- ¡Leo, espera! - lo llamé pero me ignoró.

Esto se sentía como salir de un vagón de metro en hora punta. Con un último esfuerzo me salí de esa nube de gente y tuve el camino despejado para correr hacia él. Nunca había hecho esto, mi primer pololo había sido un compañero de curso de toda la vida y lo más lejos que habíamos llegado era tomarnos de las manos, después terminamos porque él quería jugar a la pelota en los recreos y yo quería conversar con sus amigas. No tenía idea de cómo pedir segundas oportunidades después de cagarla en una relación, o si lo que teníamos se podía considerar como tal.

- Sé que no quieres hablar conmigo, pero por favor, escúchame - le grité con la voz rota.

Tuve que inclinarme hacia adelante para recuperar el aliento, yo no era tan buena para correr y tenía el pecho apretado de pura ansiedad. Leito se detuvo, mas no se giró a mirarme.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Lo nuestro pendía de un hilo y sentía que estaba a punto de tirar todo por la borda. Se me estaba escapando de las manos y yo no sabía qué más hacer. Podría haber caído de rodillas en ese momento, pero usé todas mis fuerzas para mantenerme de pie, quería que supiera que no me había rendido todavía. Lo estaba esperando.

Se aclaró la garganta antes de volverse hacia mí. No había ni un poquito de alegría en su rostro.

- Rous... ¿Qué estai haciendo acá? Ándate antes de que alguien te vea - me pidió.

No fue pesado ni mucho menos. Se sacó el polerón para ponérmelo sobre los hombros, justo como la primera vez, así nadie podría verme. Se veía más bien cansado.

- Leito, por favor - tomé su mano antes de que volviera a separarse de mí.

Apretó los labios, estaba herido. Entonces caí en cuenta de que no me había llamado "Rosario" sino "Rous", como cualquiera de sus amigos.

- ¿Dejé de ser especial para ti? - empecé a temblar.

Me pidió que soltara sus manos. Me sorprendió cuando apenas rozó mi mejilla con una de ellas.

- Rous, es que ya no sé cómo mirarte... Desapareciste de la nada, fueron meses en los que no supe nada de ti. Si no querías nada conmigo, ¿qué te costaba avisar? Yo lo hubiera entendido.

Mi corazón se detuvo, me daba pánico tener esta conversación.

- No, te juro que no - me aferré a los bordes de su camiseta, llorando - yo me equivoqué, perdón, ¿cómo iba a saber que...?

De la misma hinchada (Leonardo Gil)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora