Capítulo 31: Por mi camiseta

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Leo Gil's POV

- ¿Desearías que en vez de Solari, hubiera sido yo?

Antes de saber su respuesta, algo en mi corazón me dijo que, si me hubiera ido yo, ella no habría llorado por mí.

Solo bastó un susurro para romper dos corazones.

- Sí.

Maxi, estabas equivocado.

Ella lo quiere a él...

Se me aguaron los ojos y tuve que toser para no ponerme a llorar. El corazón se me había astillado y me estaba desgarrando el pecho desde adentro. Entonces la Rosario se quebró y comenzó a llorar desconsolada, recordándome que todo había pasado por mi culpa.

La envolví con mis brazos.

- No sabes lo que daría para que Solari se quedara contigo - la abracé con más fuerza para que no pudiera verme llorar.

Perdí a un amigo y a mi mina. Los voy a echar mucho de menos.

...

- ¡Profe, profe! - lo llamé apenas se bajó del bus, venía llegando de Argentina tras cerrar el trato de Solari - necesito hablar con usted, porfa.

- Estoy cansado, Leo - Quinteros me hizo el quite - dejame descansar, mañana hablamos.

Pasó por mi lado como si yo no existiera, derechito a su oficina.

- Todavía tengo que firmar unos papeles - agregó.

- ¡No, espere! - eso hizo que me desesperara más, a lo mejor esos papeles en blanco eran mi última esperanza - por favor.

Me crucé delante de su puerta para que no pudiera avanzar. Eran medidas desesperadas.

- Dígame qué tengo que hacer para que Solari vuelva - le rogué.

- Nada - Quinteros se encogió de hombros - a mí también me duele que el Pibe se haya ido, pero qué le vamos a hacer. Así es el fútbol, vos lo sabés mejor que yo.

Metió la llave en la cerradura, dando por terminada nuestra conversación. Pero a mí todavía me quedaba una última jugada antes de rendirme.

- Tomaré su lugar - le propuse, con el corazón martillándome el pecho - hablemos con River, ofrecele tu mejor volante a cambio de Solari. Lo que sea con tal de que vuelva, por favor.

Él dudó un poco.

- Sé que ya no puedo jugar de puntero, pero tengo más experiencia. Jugué en Estudiantes, en Talleres, en Arabia y en Brasil. Me adapto rápido y sé que puedo dar lo mejor de mí, por favor. Sacrificaré mi sueldo, mi orgullo, mi camiseta... aceptaré cualquier trato con tal de no perder a mi amigo.

Podría humillarme hasta lo más bajo, lo que fuera necesario para traer a Solari de vuelta. Solo él podría secar las lágrimas de la Rous, nadie más.

Quinteros abrió la cerradura, lentamente, y me dedicó una mirada de compasión.

- Hijo - me llamó con lástima - vos ya estás muy viejo. Aunque te llevara a probarte a River, no te van a querer fichar, lo siento.

Sentí el peso de mis 31 años sobre mis hombros. Mis cicatrices, mis lesiones... hay algunas de las que nunca me pude recuperar.

River vino a buscar a Solari precisamente por su juventud, su velocidad y su cuerpo impoluto. Quizá eso es lo que enamoró también a la Rous. El portazo de Quinteros me hizo saber que solo quedaba una salida, y no la iba a encontrar aquí en Chile.

Decidido a seguir adelante aunque se me cayera el mundo a pedazos, fui hasta los vestuarios y agarré algo de ropa para partir al otro lado de la cordillera. Me tapé la cara con un gorro, igual que la Rous cuando se coló en el hotel de la Roja femenina el día que nos conocimos, y tomé un vuelo a Buenos Aires.

De la misma hinchada (Leonardo Gil)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora