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Sentía cada vez más peso. Estaba agotado, perdía mucha sangre y no podía pensar con claridad. 

-Tranquilo, no dejaré que sepan nada- dijo Bakugou en un susurro que, confieso, apenas pude escuchar. Antes de saber bien qué pasaría, sentí como de repente ya estaba sentado en una ambulancia, con varios paramédicos corriendo de aquí a allá, atendiendo y curando a todos quienes necesitaban ayuda. En una camilla vi cómo llevaban a Re-Destro hacia ayuda médica de urgencia. Traté de no fijarme mucho, pero fue imposible. Antes de que pudiera pensar en arrepentirme, mi mejor amigo lanzó un grito delante de mí: -¡Idiotas, si ellos estuviesen saliendo se los dirían; no hagan suposiciones que no son!- se apartó un poco y los flashes de las cámaras me cegaron por un segundo. -¡Dejen descansar a ese bastardo, está malherido! ¿¡Acaso no lo ven!?- se veía furioso. Los medios también lo notaron, y se alejaron levemente para tomar más fotografías del resto del panorama. 

Hasta ese momento fui capaz de volver a sentir dolor. La adrenalina había bajado, y el cuerpo me escocía como si hubiera nadado en aceite hirviendo. Eri-chan, quien ya podía hacer prácticas de heroína, había llegado junto a mí, y comenzó a rebobinar mis lamentables heridas. Poco a poco, la energía volvía a mi cuerpo como si nunca se hubiera acabado.

-Lo siento, eso es todo lo que puedo hacer- comentó una vez mi piel volvió a estar donde se suponía que debía estar. -Si continúo, podría quitarte un par de años de encima- me sonrió dulcemente, y no pude evitar recordarla cuando Midoriya la salvó. También recordé el festival cultural, cuando sonrió por primera vez. Ahora era una chica espectacular, con una magnífica sonrisa. Recordé a Ito, y lo bien que se llevaron siempre. Eran como hermanas, fue grandioso cuando llegó a enseñarle cómo usar su poder. 

-Muchas gracias, Eri-chan- le sonreí de vuelta, y ella se puso de pie.

-Me necesitan en otra parte, ¡trata de descansar!- dijo a la par que se despedía de mí. Asentí con la cabeza, prometiéndolo en silencio. Suspiré pesadamente, poniéndome en pie poco a poco, mientras rogaba no caerme.

-Peque, volveré esta noche, lo prometo- susurré, a sabiendas que nadie me escucharía. Cuando conseguí todo el equilibrio que pude, la voz de Bakugou llamó mi atención.

-Él está bien, Eri-chan acaba de terminar de rebobinarlo- hablaba en voz baja así que supuse que hablaba con Ito, y agradecí su discreción. Asintió con la cabeza, sin mirarme, sino alerta, procurando que nadie lo escuchase. -Sí, creo que hoy lo llevarán al hospital- me acerqué a él con la intención de hablar con mi chica. Fue una noche dura -, pero mañana temprano podrá...- se interrumpió cuando puse mi mano en su hombro. Mierda. Iba a matarme, lo supe con  la mirada asesina que me caló hasta los huesos. -¡Idiota! ¡No puedes estarte moviendo!- sin apartar la mirada, señalé su celular.

-Por favor, amigo, necesito hablar con ella- sonó más a una súplica, pero en realidad quería escucharla. Estaba cansado, hecho trizas, quería escucharla así me dijera que era un idiota suicida por todo. Porque la conocía, sabía que si le había llamado a Bakugou era porque había visto los medios.

-Bakugou, ¿pasa algo?- su voz nos sacó del transe, y el rubio me dio su celular después de resoplar molesto. 

-¿Peque?- murmuré algo esperanzado de que no me maldijera por teléfono. Noté cómo aguantó la respiración, mala señal. -¿Estás bien?-

-¿¡Tú lo estás!?- cerré los ojos al escucharla llorar. Dios sabe lo mal que se sentía escuchar a la chica que más luz y alegría tiene llorar. Siendo honesto, quería estar ahí, secar sus lágrimas, cuidarla y demostrarle que estoy bien. O lo estaría, sólo era cuestión de sanar mis heridas lo mejor posible. 

-Tranquila, todo está bien- por más mal que me sintiera en ese momento, ver la calma después de la tormenta que representó la batalla me daba un poco de paz, y saber que Ito estaba a salvo en casa junto a Natsuki, me tranquilizaba aún más. -Volveré hoy mismo, ¿de acuerdo? Y podrás comprobarlo tú misma- admito que estaba impaciente por besarla. Quería que supiera que estaba ahí. Los medios seguían rondando, tenía que hablar bajito, pero quería escucharla.  

Color negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora