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Un leve movimiento sumado a una ligera presión en mi mano me hizo despertar de golpe.

-Ella...- la escuché decir. Me levanté rápidamente de la silla, aún sosteniendo su mano. Mantenía sus ojos cerrados, se notaba que hacía un esfuerzo enorme para poder hablar. -Natsuki está bien?- su voz sonaba más agotada de lo que nunca había querido, rasposa, seca, se notaba que, pese al suero vía intravenosa, estaba deshidratada. -Si muero, cuídala mucho- mi corazón dolió al escucharla, se detuvo por unos segundos que sentí eternos al escuchar sus palabras.

-Ito, por favor... No puedes dejarnos, yo...- pasé saliva, tratando de controlarme. No debía alterarme, no quería que ella se preocupara, además de que en ese momento se trataba de mi esposa. Debía ser fuerte. -Natsuki está perfecta, ella está bien...- las lágrimas que había retenido desde que despertó y hasta ese momento salieron, fluyendo como si de un río se tratase, sin parar. -Por favor, tienes que quedarte con nosotros... No puedo hacerlo sin ti- me sonrió y, no lo niego, volví a sentir pánico. Abrió sus ojos levemente, pero estaban tan agotados que por un instante creí que no era real.

-Lo intentaré...- su sonrisa se hizo levemente más débil y sus ojos se llenaron de lágrimas. -¿Puedes sonreír para mí?- jadeaba a cada palabra, pese al oxígeno que le brindaba la máscara en su rostro, no podía respirar bien. Y me dolía. Dios sabe lo mucho que dolía ver a mi esposa, la mujer con la que había compartido mi vida, la que había llevado a mi hija en su vientre, la que había sacrificado tanto para formar una familia, estaba débil y aferrándose a la vida con cada latido que su cansado corazón daba. Mierda, quemaba verla así, tanto que no pude evitar llorar de nuevo. Sin embargo, esta vez fue un llanto silencioso, lo único que se escuchaba era el monitor y el reloj. 

-Te lo pido, ¿sí? No nos dejes...- tomé aire antes de hacer un intento de sonrisa. No tuve la suficiente fuerza para ello. Me acerqué con cuidado y miedo a ella, lo suficiente como para sentir el ligero calor que desprendía su piel. Besé su frente, tragándome las lágrimas que, odiosamente, querían mojar su cabello. -Natsuki y yo te necesitamos- volví a mirar sus ojos, pero estaban cerrándose poco a poco. Me asusté, creí que la perdía, y justo cuando iba a presionar el botón para que los doctores vinieran, dijo:

-Lo intentaré, lo prometo...- arrastró las palabras, y pude notar como su mano se asía a la mía, sin fuerza, sino con temor. No la solté, a partir de ese momento me quedé despierto, mirándola, cuidando cualquier cosa, cualquier expresión, cualquier cambio en su ritmo cardiaco, en su respiración, debatiéndome entre parpadear y sentarme. No quería apartar la mirada de ella, sentía que si lo hacía, entonces se esfumaría con todo lo que construimos.

Mi concentración en ella era tal, que no escuché a Bakugou entrar.

-¿No ha despertado?- preguntó, sacándome de mi burbuja.

-Hace poco, pero estaba muy débil- respondí vagamente, sin atreverme a despegar los ojos de los de Ito. -Lo primero que hizo fue preguntar por Natsuki- mis labios se curvaron levemente hacia arriba al recordar a mi hija. Mi pequeña princesa.

-Se supone que debería despertar en unas cuantas horas, ¿por qué no tomas un descanso?- puso su mano en mi hombro, dándome su apoyo silencioso. -Necesitas dormir, te ves terrible- me sacó una pequeña risa, que se escuchó más como un suspiro.

-No quiero dejarla sola, temo que algo le pase y no estar aquí para ella- confesé. -Además, no tengo ánimos de volver a casa, no aún- la miré con algo de melancolía. -No sin ella.-

-Lo entiendo- su voz rasposa pero tranquila me hizo compañía en ese silencio. Rompió con el sonido de las manecillas del reloj, lo cual me hizo sentir menos solo. -El estúpido nerd te trajo café, hace rato te traje comida pero estabas dormido- me recordó. -No quisimos despertarte- 

Color negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora