CAPÍTULO 2

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Un torso se apretaba contra mi espalda. A juzgar por su dureza, estaba casi segura de que era el de un hombre. Su mano seguía presionada contra mi boca y su respiración junto a mi oído me acariciaba el pelo. Cuando se irguió, su barbilla quedo unos centímetros por encima de mi cabeza y, a pesar de que su agarre era firme, no me pareció brusco. No hasta que intenté que me soltara.

- ¿Quieres morir hoy, rubia? Porque si te encuentran, eso es lo que va a pasar- por si su tono de voz, frío y duro no fueron suficientes, el apretón sobre mi boca y el zarandeo que me dio me sirvieron para ver que aquello no era una broma.

En un instante de lucidez, mi mente llegó a la conclusión de que si aquel chico estuviera de parte de quienes me perseguían, no se estaría escondiendo de ellos tras un arbusto, pero aquello no quería decir que estuviera dispuesto a ayudarme. Es más, puede que incluso quisiera utilizarme para sacar algo a cambio de entregarme.

De reojo, vi como la figura de otro chico salía del mismo arbusto y se acercaba a la anciana, que seguía tirada en el suelo. Se agachó junto a ella y, con gentileza, posó sus dedos en su cuello para comprobar su pulso. Tras unos instantes, se giró hacía su acompañante.

-Está viva, pero no creo que despierte en un rato. Este ha sido un brote de los gordos.

Estaba tan oscuro y tenía tanta sangre cayéndome por la cara que no pude ver su cara, pero a juzgar por su voz, debía de tener unos dieciocho o diecinueve años.

Oí maldecir al chico que tenía a mi espalda.

- ¿Crees que puedes cargar con ella? No creo que tarden mucho en rastrearnos.

-Sin problema- dijo el otro.

Sentí como el que me tenía sujeta se movía a mi espalda y le oí carraspear.

-Bien- dijo- voy a soltarte, pero si haces el más mínimo ruido, te dejaremos aquí. Me importa una mierda si te devuelven al agujero del que te has escapado. ¿Está claro?

Me hubiera gustado mandarle a la mierda, pero no era estúpida, no podía arriesgarme a provocarle y que me entregara en una bandeja de plata a las personas que me habían tenido encerrada en aquel sótano, así que me limité a asentir. En cuanto dejé de notar su mano en mi boca y su cuerpo pegado a mi espalda, me alejé, sintiéndome mejor al instante y me giré de inmediato, asegurándome de que no le daba la espalda a ninguno de los dos. Ambos se me quedaron mirando como si fuera una atracción de circo.

-Tío- dijo el chico que estaba agarrando a la anciana- no creo que pueda correr más de cinco metros sin desmayarse.

El otro chico siguió mirándome fijamente, sin decir una sola palabra mientras yo le devolvía la mirada dispuesta a no mostrar debilidad. Sabía que mi aspecto gritaba que no estaba en mi mejor momento, pero no pensaba admitirlo ante aquellos desconocidos bajo ningún concepto.

-Puedo correr- aquellas fueron mis primeras palabras. Mi voz decidió que era un buen momento para fallar y pareció que me encontraba al borde del llanto, pero les mantuve la mirada con la barbilla ligeramente alzada.

-Apenas puedes mantenerte en pie, estás sangrando y, por si eso fuera poco, vas descalza- dijo el mismo chico- en el mejor de los casos te darás un golpe en el pie y te lo romperás.

-Qué alentador- dije con sarcasmo- llevo un buen rato corriendo descalza, si no me he roto el pie todavía, no creo que me lo rompa.

Con la manga de mi pijama intenté limpiar la sangre que seguía cayendo por mi ojo. "¿Cuánto podía sangrar un humano hasta desmayarse"?

DESPERTAR (MERAKI I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora