CAPÍTULO 30

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La primera conexión que sentí con la realidad tras prácticamente caer en coma la noche anterior fue un terrible dolor de cabeza y una patada en la espalda, cortesía de Lucy, que me hizo soltar un gruñido. Escondiendo la cara en la almohada, aspiré todo el aire que pude hasta que se me llenaron los pulmones y comencé a soltarlo poco a poco, tratando de encontrar el motivo por el que sentía una sensación de angustia permanente en mi pecho. No fue hasta que me quedé sin aire que recordé todo lo que había pasado la noche anterior: La persecución, el alumno asesinado, Frank, Alex...

Alex. El chico que actuaba en público como si no pudiera soportarme, pero que cambiaba radicalmente cuando estábamos a solas y que parecía querer mantenerme a salvo a toda costa. El mismo chico que había reconocido alegrarse de que me quedara en la academia y que incluso había bromeado conmigo unas horas antes. 

Otra de las cosas que me generaban aquella pesadez en el pecho era la academia porque, tal y como había descubierto la noche anterior, huir de allí no era una opción. Aquello había quedado más que claro. Y era evidente que no iba a encontrar a nadie que estuviera dispuesto a oponerse a las órdenes de Fontaine y explicarme cuál era el secreto que todos me ocultaban por lo que, si quería descubrir de una vez qué estaba pasando allí, lo mejor era que comenzara a investigar por mi cuenta y cuanto antes.

Estirando un brazo, alcancé el móvil que, misteriosamente había acabado en mi mesilla de noche, e iluminé la pantalla para comprobar la hora. Solo eran las diez de la mañana, por lo que había dormido tres horas.

Pero no fue mi falta de sueño, lo que me aceleró el corazón, sino la notificación que me había llegado hacía quince minutos y que me informaba de que ll contacto que tenía guardado como "A" me había enviado un puñetero mensaje: "¿Estás bien?"

¿Estaba de coña? Me maldije a mí misma cuando mis manos temblaron ligeramente al teclear un mensaje tras otro. Mensajes que tenía que borrar porque no me parecían lo suficientemente buenos.

Sentándome de un bote y apoyando la espalda en el cabecero de la cama, respiré hondo con los ojos cerrados y exhalé. "Es solo un mensaje, Vera" me dije y luego tecleé:

"Bien. Pensaba que este número era solo para emergencias".

El corazón me martilleaba en el pecho mientras esperaba su respuesta. No me había vuelto a escribir desde la tarde del incidente de la piscina y me trajo malos recuerdos. No tardó más de dos segundos en responder:

"¿Lo de ayer no te parece una emergencia? Porque yo creo que en el manual de emergencias el asalto de un imbécil y una persecución por el bosque estarían entre las primeras"

Un resoplido se escapó de mi boca. ¿Por qué tenía que ser siempre tan capullo? Con el corazón todavía a mil por hora comencé a aporrear la pantalla de móvil para responder:

"¿Ahora quieres hablar sobre lo que pasó ayer por la noche? ¿Hay algo nuevo que quieras contarme?"

Mi respuesta debió de molestarle tanto como a mí la suya, porque en menos de un minuto ya había contestado:

"No hay nada que contar"

"Muy bien -teclee de nuevo- pues hasta que no decidas dejar de esconderme la verdad, será mejor que dejes de mandarme mensajitos y que sigas ideando planes con tus amigos para hacerme la vida imposible. No vaya a ser que se te olvide la gran cantidad de sentimientos negativos que te provoco."

No sabía cómo había conseguido enfadarme tan rápido con tan solo unos cuantos mensajes, pero lo que sí sabía era que mis esperanzas de que nuestra relación pudiera cambiar se esfumaban por momentos.

DESPERTAR (MERAKI I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora