CAPÍTULO 3

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El olor a moho de la habitación era algo a lo que mi nariz se había acostumbrado hacía ya muchos años. Aquella lugar siempre había olida igual. El suelo de madera chirriaba a cada paso que daba y las paredes llenas de humedades explicaban el hedor. Nuestros pulmones debían de estar hechos un asco por culpa de todas las partículas que aspirábamos noche tras noche. Pero a Chuck, el director del orfanato, no le importaba. Lo único que le interesaba era el dinero que podía llegar a ganar con todos nosotros.

Esquivando la cantidad ingente de camas que había, las unas pegadas a las otras e intentado no chocarme con ninguna, me dirigí hacia la mía. Por suerte, me conocía aquella estancia de memoria, sino no hubiera parado de chocarme con todo, porque la oscuridad que siempre rodeaba aquel sitio no permitía ver prácticamente nada. Era lo que tenía que la habitación se encontrara en el sótano del edificio y que su única fuente de luz fuera una bombilla con más años que yo.

Un cartel hecho con la solapa de una caja de cartón colgaba de la pata de mi cama. En él, Chuck había escrito mi nombre "Vera". Su letra temblorosa y torcida quería decir que estaba borracho cuando lo escribió, como siempre.

Tras comprobar que estaba sola en la habitación, me agaché y saqué la caja de zapatos que escondía bajo la cama. Era tan antigua que había tenido que pegar los costados con cinta americana para que no se cayera a pedazos. La abrí con cuidado y aparté los tampones y las compresas que había puesto allí para espantar a Chuck, en caso de que diera con mi escondite, y saqué el oso de peluche que había encontrado tirado en la puerta del colegio cuando era pequeña. Dándole la vuelta encontré la cremallera que cruzaba la espalda del peluche de arriba abajo y la abrí para sacar el fajo de billetes que tenía allí escondido. Aquel era mi billete de salida de aquel lugar y me lo había ganado con sangre, sudor y lágrimas. Literalmente ya que, en parte, salía de las peleas ilegales a las que Chuck nos obligaba a participar. El porcentaje era ochenta, veinte. Es decir, él se quedaba con el ochenta por ciento de las apuestas y nosotros con el veinte. Eso cuando ganábamos, porque si alguno de nosotros perdía una pelea se encargaba de que nos arrepintiéramos de ello. Por suerte, yo podía contar las peleas que había perdido con los dedos de una mano.

Añadí dos billetes más al fajo y lo volví a esconder antes de que alguien me descubriera. El orfanato había sido mi casa desde que tenía memoria, pero a pesar de ello, jamás había conseguido hacer un solo amigo allí. Mis aptitudes para la lucha hacían que todos me envidiaran y Chuck se encargaba de fomentar el odio de todos hacia mí al organizar peleas entre nosotros para "entrenar". Nadie aprecia que le ganes en un combate cuerpo a cuerpo, condenándole así a los castigos de un sádico borracho.

Así que mi vida allí era de lo más solitaria. Nadie se preocupaba cuando Chuck me daba una paliza porque amenazaba con irme de allí, dejándole así sin una de sus principales fuentes de ingresos y tampoco nadie se encargaba de curarme las heridas a las que yo no podía llegar y que me habían dejado más de una cicatriz.

De repente, pasé de estar en mi habitación guardando la caja bajo la cama, a estar paseando bajo la luz de la luna. Aquella era una calle que conocía bien porque siempre pasaba por ella en mis escapadas nocturnas del orfanato, cuando iba a trabajar al bar de mala muerte que había dos calles más allá. De allí era de donde sacaba la mayor parte de mi dinero sin que Chuck lo supiera. El jefe era igual de capullo que el director del orfanato, pero las propinas que me dejaban los clientes eran tan buenas que en menos de seis meses podría irme de allí sin mirar atrás.

Era la única persona paseando por la calle, ni siquiera había rastro de los borrachos que solían acampar allí por la noche. La brisa me acariciaba el pelo y me abracé la cintura con ambos brazos para protegerme. Pero no fue el viento lo que me incomodó, sino la piel de mi nuca, que se erizó como lo hacía siempre que algo malo estaba a punto de suceder. Apreté el paso deseando llegar cuanto antes al orfanato. Era la primera vez en mi vida que quería llegar a aquel lugar.

DESPERTAR (MERAKI I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora