Capítulo 5

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Liam

- Un poquito más, Liam, solo tienes que tirar un poco más - me alienta mi fisioterapeuta. 

- Me duele - me quejo por ¿quinta? ¿sexta? vez.

- Es normal, pero puedes hacerlo.

¡Joder! Estoy hasta los cojones de esta mierda. Os pongo un poco al día. Después del accidente, estuve metido en mi casa alrededor de tres semanas mientras me recuperaba de la operación. Fue muy jodido, la verdad. Me gastaba un humor de perros, no quería ver a nadie, le hablaba mal a todo el mundo y mi compañía no era precisamente la mejor. 

Mi familia tuvo muchísima paciencia conmigo. Mis padres y los Jones pasaban los días intentando animarme con cualquier cosa: películas, comida basura, videojuegos. Eso sí, no hablaban de tenis delante de mí ni de nada relacionado con la beca para la universidad, cosa que yo agradecía enormemente. Mis amigos también se portaron genial, no se quejaron de mis cambios de humor y no me dieron de lado. Jake y Sally han estado en todo momento junto a mí, pero a la que más le debo, sin lugar a dudas, es a Lily. 

Lily ha sido mi mayor punto de apoyo durante todo este tiempo. No le han importado mis malas caras, mi mal genio, que le hablara mal o que la echara de mi casa, ella no se ha separado de mi lado y me ha hecho las cosas mucho más llevaderas. Las tres semanas en las que no pude ir al instituto, me traía los apuntes y se quedaba toda la tarde conmigo para que no me retrasara con las asignaturas. Los fines de semana se ha preocupado por quedarse en mi casa para que no me sintiera solo. Me ha acompañado a todas y cada una de las sesiones de rehabilitación. Y todo eso, sin quejarse ni una sola vez.

De hecho, mientras mi fisioterapeuta, al que estoy empezando a odiar, me tortura con sus ejercicios, Lily está sentada en una esquina esperando a que termine. Por un momento, dejo de mirar las cuerdas de los cojones para dirigir mis ojos a ella, que no ha dejado de observarme con una sonrisa en toda la hora. Lleva la melena castaña recogida en una coleta alta, una camiseta azul, que es mía, y unos vaqueros cortos blancos. La palabra preciosa se queda corta para describirla. 

- Liam, a las cuerdas, solo quedan cinco minutos - me devuelve a la realidad la voz de Anthony, el fisio - Sigue tirando de las cuerdas.

- Que sí, que sí - me quejo volviendo a lo mío. 

Para que os hagáis una idea, estoy sentando en una especie de banco conectado a una máquina infernal de la que caen dos cuerdas y mi objetivo es tirar de ellas. Primero con la derecha y luego con la izquierda. Aunque me he recuperado de maravilla, lo cierto es que hacer estos ejercicios me sigue costando y me duele de cojones, pero, ¿qué le vamos a hacer?

Sigo tirando de las dichosas cuerdecitas durante cinco minutos más y ¡por fin! la sesión llega a su final. Me levanto y voy a por una botella de agua.

- A ver, Liam - empieza Anthony - Vamos muy bien, aunque no te lo parezca y te duela, progresas adecuadamente. Si seguimos en esta línea, muy pronto no tendrás que volver a verme - bromea guiñándome un ojo - Acuérdate de los ejercicios que debes hacer todas las noches, es una parte importante de tu recuperación.

- Me caes bien, pero tengo muchísimas ganas de perderte de vista - respondo poniéndome una camiseta limpia. 

- ¡Anda! - palmea mi espalda - Vete, que tu novia tendrá ganas de marcharse.

- Ella no... 

- ¿Nos vamos, Liam? - me interrumpe su dulce voz.

- Ya podéis marcharos - se me adelanta Anthony - Le estaba diciendo que va por muy camino.

- ¿De verdad? - pregunta Lily emocionada antes de abrazarme con cuidado de no hacerme daño - ¡Eso es genial! Me alegro muchísimo.

- Gracias, Lil - alargo el abrazo todo lo que puedo hasta que se separa de mí.

No es magia, somos nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora