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     Llegó en pocos minutos a la casa de los Corday. A simple viste se veía que tenían bastante dinero, mucho más que el que Evelyn pudiese ganar toda una vida trabajando; vivían en una casa de tres plantas, con las paredes blancas y la fachada pintada y decorada con flores y plantas trepadoras. El interior no se quedaba atrás tampoco: techos altos y suelos de mármol, arropados con alfombras de suave algodón. De la parte superior de las ventanas colgaban cortinas cosidas a mano y gracias al trabajo del padre, Ada y su madre contaban con ropa de primera calidad.

- Evelyn, gracias por venir. – Le saludó una mujer mayor, abriéndole la puerta y dejándole pasar.

     Era la ama de llaves de la familia, conocía a Evelyn desde que nació, pues ella había sido también niñera de Ada cuando era más pequeña. Se entendían bastante bien y la mujer más de una vez había ayudado a Evelyn cuando iba a limpiar y tenía algún problema.

- La señorita está de los nervios, ya que mañana anunciarán quiénes son las elegidas. – Comentó la mujer con una ligera sonrisa. – Está en la casa, el señor y su señora también, espero que no te incomode.

- No, por supuesto que no. Yo solo he venido a limpiar.

- Tan diligente como siempre.

     No pudieron seguir hablando mucho más, ya que Evelyn se puso rápidamente manos a la obra. Empezó por los pasillos del primer y segundo piso, siguió con las ventanas de la planta baja, después ayudó en la cocina. Tuvo la suerte de no encontrarse con ninguno de los Corday, hasta que le tocó limpiar el salón de la planta baja.

     Al acercarse a la habitación escuchó el canto femenino de alguien, pensaba que era alguna sirvienta, pero se sorprendió al entrar y encontrar a Ada cantando, frente a sus padres. Era extraño pues Ada nunca había mostrado interés en el canto, aunque Evelyn debía admitir que no lo hacía nada mal.

- Evelyn, hacía tanto tiempo que no te veíamos. – Saludó el padre de Ada a la chica al verla parada en el quicio de la puerta, observando cómo Ada cantaba con los ojos bien abiertos.

- Sí. – Respondió la joven, agachando ligeramente la cabeza. Si había aprendido algo en todos los años que había estado limpiando, era que los propietarios de la casa se sentían señores importantes, y no les gustaba que los limpiadores les hablasen. – Ada, no sabía que cantabas. – Pero supuso que no había ningún problema pues ella y Ada eran "amigas".

- Así es. – Respondió la joven de cabellera rubia, dejando de cantar para girarse hacia Evelyn y ofrecerle una notoria mirada de superioridad. – Me interesé por el canto hace algunos años ya.

     Evelyn asintió por toda respuesta, no entendía por qué Ada le daba esa información, pero tampoco le importaba; empezó a limpiar la sala sin volver a dirigir la mirada hacia Ada o sus padres.

- ¿Cómo te fue el proceso de inscripción, Evelyn? – Preguntó el señor Corday pasado un rato.

     La joven realmente no quería hablar de eso con ellos, pero el señor Corday era el único que le había mostrado un mínimo de interés, además no quería tener problemas, por lo que respondió:

- Creo que me fue bien, gracias por preguntar.

- ¿Qué sobre te dieron? – Intervino la madre de Ada, que hasta entonces había permanecido callada, sin ni siquiera dirigir la mirada hacia Evelyn.

- Uno blanco, señora.

- A Ada le dieron uno dorado.

- Soy consciente de ello, señora. – Respondió Evelyn apretando los dientes, detestaba que tuviesen la necesidad de demostrarle lo superiores que eran, de eso ya se daba cuenta ella solita.

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