VIII

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     Se dirigieron a la cocina, que era la habitación contigua al salón y Evelyn se acercó a uno de los muebles para coger un vaso, como el señor Corday había dicho, ella sabía dónde estaban todas las cosas en esa casa, bueno, las cosas de la cocina y de limpiar. Lo más posible es que el padre de Ada ni siquiera supiese dónde estaban los vasos de cristal en su propia cocina, ya que no tenía la necesidad de ir a esa habitación, tenía un par de sirvientes para encargarse de eso.

- ¿Es usted sirvienta en esta casa? – Preguntó el guardia cuando Evelyn le ofreció el vaso.

- No, compañera de la infancia de Ada, estoy trabajando. – Respondió la joven, con la cabeza algo gacha pero los ojos mirando hacia el frente, no tenía por qué bajar la mirada, solo estaban en la habitación un soldado que parecía ser agradable y ella.

- Lo he supuesto, te ves muy joven.

     Evelyn no respondió ante el comentario, no lo consideraba necesario, ese guardia y ella no tenían por qué entablar una conversación, ni siquiera volverían a verse y ambos estaban trabajando.

- Yo antes también vivía en Iretia, una gran ciudad, aunque el trabajo siempre está para aquellos que no tienen suficiente dinero.

- ¿Trabajaba usted en la construcción?

- Como todos los jóvenes del reino que quieren ganarse la vida. Tuve la suerte de pasar el examen de admisión y aquí estoy ahora, trabajando de guardia real.

- Es un trabajo peligroso.

- La construcción también lo es.

     El guardia le devolvió a Evelyn el vaso de cristal y la joven lo limpió con rapidez. Acto seguido, volvió a llevarlo de vuelta al salón y no volvieron a hablar.

     Ada regresó pocos minutos después, tenía el rostro algo pálido, aunque se disimilaba con el maquillaje.

- Bien, todo está en orden. – Informó el superior del guardia al padre de Ada. Ese gesto le pareció denigrante a Evelyn, pero tampoco opinó al respecto.

- Eso esperaba. – Fue toda la respuesta que le ofreció el señor Corday.

- Perfecto, pues ya estaría todo preparado, le repetiré las normas que deben de cumplir mientras su hija está palacio y podremos marcharnos.

     Las normas eran bastante sencillas, aunque alguna era algo cruel, o eso consideraba Evelyn. Mientras Ada estuviese en palacio no podía salir a menos que se le permitiese, por lo que no podría bajar a la ciudad y visitar a sus familiares; si no tenías permiso de sus altezas los príncipes o sus majestades los reyes, como pusieses un pie fuera de palacio estabas automáticamente descalificada. Tampoco podía establecer relación con otros hombres o sería expulsada, además de azotada en público, medida puesta porque ya se habían dado casos de participantes que se enamoraban de guardias o ayudantes. Esas eran las más importantes, aunque la lista seguía y el incumplimiento de todas ellas tenía como castigo mínimo la expulsión, aunque algunos eran mucho peores.

- Bien, dicho todo esto, necesito que todos los miembros de la familia firmen este documento. – Pidió el informante.

     Todos lo hicieron y el hombre recogió la hoja, la enroscó y se la guardó en un bolsillo interior de su chaqueta. Se levantó de su asiento y dio una palmada, sonriendo. Con un gesto de la mano indicó a Ada que comenzase a salir y antes de seguir tras ella le dio una bolsita pequeña a su padre.

- Su primera suma de dinero. – Informó mientras dejaba caer la bolsita en las manos abiertas del señor Corday.

     Acto seguido, sin murmurar si quiera una corta despedida, el hombre salió de la casa, siguiendo a Ada. El guardia de palacio fue el último en salir, cruzó miradas con Evelyn una última vez y elevó nuevamente las comisuras de los labios en una sonrisa poco notable. Evelyn le correspondió con el mismo gesto de cabeza que había usado para saludarle y continuó limpiando.

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