XXII

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     El ajetreo en la habitación fue lo que despertó a Evelyn el segundo día, en vez del delicado toque de Azalea. Abrió los ojos y al encontrarse con la cortina azul de su cama volvió a cerrarlos dejando escapar un fuerte suspiro; no tenía ganas de levantarse, ninguna. ¿Y si no lo hacía? ¿Y si no iba a clases y se quedaba todo el día en la cama? Podía fingir que estaba enferma.

- Evelyn, si no te levantas ya llegarás tarde al desayuno, y no voy a hablar si quiera de la señorita Elise, antes tendrás que hacer frente a Lulú. - Anunció Azalea de buen humor antes de salir del dormitorio hasta el salón para que le arreglasen para todo el día.

     Con cero ganas Evelyn acabó levantándose del colchón, medio hizo la cama como pudo y bajó a ponerse las manoletinas para poder ir al salón para que también le preparasen. En el dormitorio apenas quedaban seleccionadas, así que supuso que no iba del todo bien de tiempo. 

- El día que todas lleguéis a una hora decente ya me habré muerto. - Exclamó Lulú justo antes de que Evelyn abriese la puerta para entrar. 

     Nada más hacerlo y, a pesar de que la mayoría estaban ocupadas y cada chica estaba ensimismada en verse perfecta, Evelyn sintió miradas y miradas que volvían a atravesarle la piel, al igual que el día anterior. ¿Tendría que aguantar aquello nuevamente?

- Ven por aquí, me he tomado la libertad de elegir tu atuendo de hoy antes de que llegases. - Le pidió una de las mujeres que trabajaban arreglándolas.

     Evelyn le ofreció una sonrisa algo cansada y le siguió, estaba harta del día y no había hecho más que empezar. 

     Cuando la mujer hubo terminado con ella se acercó a uno de los espejos para observarse por encima: un vestido naranja de varias capas de distintas longitudes y vuelo. Le habían recogido un par de mechones en dos trenzas que habían unido atrás, accesorios dorados y nuevamente le habían maquillado con esmero.

     Estaba empezando a cansarse de verse en el espejo y apenas reconocerse, ella no pertenecía a ese mundo, no había necesitado si quiera una semana para darse cuenta. Sin embargo, no podía negar que las estilistas de palacio siempre hacían un gran trabajo, con todas las seleccionadas. 

     Se dio una última mirada en el espejo y se dirigió a una de las puertas de salida a esperar a que las seleccionadas que quedaban para poder dirigirse al comedor. En cierto momento atisbó la figura de Brielle, hablando con Ada y varias chicas más. ¿Qué tendría que hablar con ellas? Aunque no le dio demasiada importancia, Brielle era una joven que, como ella, tenía libertad de hablar con la seleccionada que quisiese y sabía que Ada estaba fingiendo ser una persona que no era, comprendía que estuviese hablando con ella.

     Se dedicó a esperar con la vista clavada en el suelo: aún no se sentía cómoda con todas las seleccionadas observándola de vez en cuando con miradas furtivas, ¿Cuánto tiempo les iba a durar aquella actitud? Suponía que hasta que otra chica llamase la atención más que ella o hasta que Stefan comenzase a tener citas con varias seleccionadas; Evelyn deseó que cualquiera de las dos cosas ocurriese cuanto antes.

- Evelyn. - La agradable voz de Brielle sacó a la joven de sus pensamientos. Ella llevaba esa mañana un vestido bermellón de talle ceñido, que resaltaba la buena figura que tenía, y los labios pintados del mismo color. 

     Podrían los príncipes fijarse en ella, pensó Evelyn, era dulce e inocente e increíblemente hermosa; estaba segura que, si Brielle tuviese la oportunidad de tener una cita con los príncipes, ella sería la que les robaría el corazón.

- ¿Sabes? Ada... Ada me ha pedido que deje de juntarme contigo. - Le comentó con un susurro. Agachó la cabeza y la vista con ella y rodeó la tela del vestido con ambas manos mientras un ligero puchero se formaba en sus labios y una expresión triste se dibujaba en su rostro.

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