XXIX

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No tardó mucho en encontrar las cocinas ni en distinguir a las mujeres con las que había estado por la mañana. Se deslizó entre los sirvientes, la mayoría mujeres, que no paraban de moverse de un lado hacia otro sin prestarle la más mínima atención.

- Aquí está nuestra ayudante, no sabíamos si de verdad vendrías. - Comentó la mujer más mayor con su estrepitosa voz y una amplia sonrisa.

- Así me distraigo. - Explicó Evelyn también sonriendo.

Y era verdad. Además, ayudarlas limpiando y también en la cocina se sentía más cercana a su familia, a la vida que llevaba antes de ser seleccionada, y eso le ayudaba mucho.

Por no decir que las mujeres eran muy agradables con ella. La más mayor se llamaba Ena y había estado sirviendo a la familia real desde que nació prácticamente, ya que su madre también había sido sirviente. Le estuvo contando a Evelyn anécdotas de palacio, incluso de cuando los príncipes eran pequeños, y la joven seleccionada lo disfrutó muchísimo. Estuvo la mayor parte del tiempo detrás de ella, colaborando en lo que podía y hasta se sintió lo suficientemente cómoda con ella como para contarle el encuentro que había tenido en la mañana con el príncipe Kristian.

- Entiendo que estés algo molesta muchacha, pero no puedes culpar al príncipe. - comentó Ena cuando Evelyn hubo terminado de hablar.

- ¿Por qué no?

- Seguramente ellos no hayan puesto las normas.

Evelyn se sorprendió ligeramente al escuchar la respuesta de la mujer, no había pensado esa posibilidad, ni siquiera se le había pasado por la mente.

- ¿Quién las pone entonces? Estas normas tan estrictas y crueles.

- Posiblemente haya sido producto de la tradición, muchacha. La Selección lleva haciéndose bastantes generaciones ya y muy pocas veces se han cambiado las normas.

- Pues podrían hacerlo. - Masculló Evelyn por lo bajo mientras cargaba con un saco de patatas hacia la mesa.

- A pesar de todo, tanto tu familia como tú debéis estar agradecidos por esta oportunidad. Mientras no desobedezcas todo te irá estupendamente.

- Pero quiero enviarles cartas a mis hermanos, les prometí que lo haría. Y mi madre se preocupará enormemente si no sabe cómo estoy.

- Olvídate muchacha, no hay nada que puedas hacer. Como te pillen comunicándote con tu familia mediante cartas gracias a un guardia o cualquier otro trabajador de palacio, no solo tú recibirás un buen castigo, esa persona también lo hará. Es ponerte en peligro innecesariamente.

- Tiene que haber una manera. - Susurró Evelyn, sin querer darse por vencida. Aunque cada minuto que pasaba iba perdiendo más la esperanza con ese aspecto.

- Sería tan sencillo si pudieses comunicárselo directamente, lo dices y ellos te escuchan, aunque no te vean. Seguro que inventan algo de eso en el futuro. - Comentó la mujer soltando una carcajada al finalizar y pelando las patatas con facilidad.

Y fue entonces cuando a Evelyn se le encendió una bombilla en el cerebro. Eso era, había encontrado una manera y no incumplía ninguna norma. Una sonrisa victoriosa comenzó a dibujarse en su rostro y su mente empezó a trabajar a mil por hora; podría hacerlo.

- Eso es. - Susurró cuando la idea ya había tomado una forma sólida en su cabeza. - Muchas gracias. - Agradeció a Ena, emocionada, y le ofreció un corto abrazo.

- De nada muchacha, aunque no sé muy bien qué he hecho.

- Darme una grandísima idea. Iré a prepararme para la cena, ¿podría ayudaros mañana también?

- Por nosotras no hay problema, pero tal vez deberías disfrutar de tu estancia en palacio, no estás aquí para trabajar. - Comentó una de las mujeres con las que había estado por la mañana, la que tenía la cara salpicada de graciosas pecas.

- Lo sé. Nos vemos mañana, y muchas gracias otra vez.

Estuvo totalmente animada lo que quedaba de día, tanto que apenas le molestó que las seleccionadas aún siguiesen dedicándole miradas furtivas. Además, cuando regresó al dormitorio Azalea le contó que la cita de Brielle y Stefan había ido de maravilla y que el príncipe le había pedido citas a un par de seleccionadas más.

- Eso es estupendo, por fin están empezando a prestar atención a las seleccionadas y a interesarse en ellas. - Comentó Evelyn haciendo un hueco en su cama para que Azalea, y Bianca que acababa de llegar del cuarto de baño, se sentasen a su lado.

- Bueno, Stefan, el príncipe Kristian sigue sin siquiera mirarnos a la cara durante las comidas.

- Será más tímido. - Le excusó Bianca, encogiéndose de hombros.

- O le gustan los hombres. - Reflexionó Azalea en voz alta.

Tanto Evelyn como Bianca dejaron escapar una risa aunque, en el fondo, a Evelyn le parecía una posibilidad muy factible de ser verdadera.

- Espera, ahora que lo pienso... No puede ser. Si ya ha dado su primer beso y todo. - Rectificó Azalea, reflexionando.

- ¿Cómo sabes eso? - Preguntó Bianca, inclinándose hacia su amiga con una mirada acusadora.

- Sí, no creo que precisamente él te lo haya contado.

- Vamos, no me miréis así, si salió en las noticias del reino. ¿No os acordáis? Bueno, fue cuando los príncipes eran pequeños, tendrían diez años. En una visita que hicieron a un reino vecino, no recuerdo cual, con una princesa también. - Explicó la joven morena, gesticulando con las manos y alternando la mirada entre Evelyn y Bianca.

- No, no me acuerdo.

- Con esa edad no me interesaban las noticias, da igual que fuesen de los príncipes. - Añadió Evelyn, a lo que Bianca asintió de acuerdo.

- Impresionante, con lo que me ha gustado a mí ver las noticias desde siempre. Así tenéis poca cultura.

- Claro, porque la cultura se adquiere viendo las noticias y no leyendo, por ejemplo. - Comentó Bianca para molestar ligeramente a su amiga.

- De todas formas, yo prefiero que Kristian no pida citas. - Dejó escapar Evelyn, que aún seguía dándole vueltas al tema anterior.

- ¿Y eso? - Preguntó su amiga morena.

- Imagínate una cita con él, ninguno de los dos hablaría y si él lo hiciese sería para hacerte sentir inferior.

- Creo que tienes una muy mala imagen de él. - Intuyó Bianca con un atisbo de sonrisa en los labios.

- No he tenido muy buenos encuentros con él, la verdad.

Evelyn dudó durante un instante si contarles que se lo había cruzado por la mañana, cuando le había prohibido escribirle una carta a su familia. Pensó también si contarles la idea que tenía para hacerle llegar a su madre y hermanos la información que habría escrito en la carta, pero se contuvo de hacerlo: si quería que funcionase, nadie lo podía saber y, lo más importante, debería destacar.

Aunque ya tendría días para darle vueltas a todos los detalles, hasta el miércoles por la noche tenía tiempo: la entrevista era el momento clave.

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