Capítulo 14. La tortilla (parte 1)

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No había pasado nada raro. Éramos dos amigos que habían pasado un buen rato.

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Aunque Silvia ya no estaba, mantuvimos la costumbre de quedarnos en la cafetería tras terminar las clases. Para mí, era el mejor momento del día. Sin aquellas charlas, mi rutina hubiera sido ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Me pasabas los apuntes, te preguntaba dudas y hablábamos sobre lo que surgiera.

Las asignaturas del segundo cuatrimestre me parecían asequibles. Alguna era más peñazo que otra, pero, echándole horas, no me daban miedo... excepto Economía aplicada al periodismo.

Siempre había sido de letras, así que ver más de dos números juntos me mareaba. En cuanto llevábamos unas clases, comprobé que necesitaba ayuda. La asignatura tenía partes de estadísticas y gráficos, además de conceptos de economía; sería incapaz de aprobarla por mí mismo.

No fue fácil dar con alguien que diera clases de esa materia específica. Muchos impartían Economía, pero solo encontré a una chica que, además, conociera el temario específico de la materia, así que la llamé por teléfono.

—No tengo hueco —me dijo—. Puedo reservarte plaza para septiembre. Oye, tú prepárala. Si hay suerte, me avisas y cancelamos la plaza. ¿Que no? Pues ya tienes la reserva para el año que viene.

—El problema es que no puedo suspender esta convocatoria.

—¿Tema becas?

—Ya he suspendido dos. Y los profesores particulares que he encontrado son gente de Economía, pero conocen poco sobre la materia específica para Periodismo.

—Ya.

—¿Podrías hacerme un hueco?

—Lo tengo todo ocupado, en serio. Me gusta dar clases de uno en uno y, este año, ya he tenido que hacer grupos juntando a varios en una misma hora. Estoy hasta arriba.

—¡Vaya! —lamenté.

Colgué, aunque no pasaron ni cinco minutos cuando me llamó de vuelta.

—Mira, me estoy metiendo en más de lo que debería... ¿Qué te parece si te hago un hueco tres días a la semana de tres a cuatro?

—¿De tres a cuatro? —pensé—. No sé si me dará tiempo a llegar...

—Yo estoy suprimiendo mi hora de la comida. Más no puedo hacer.

—Vale, vale. Me arreglo como sea.

La casa de la chica que daba la clase particular estaba en el extremo opuesto a la facultad por lo que, sin coche, tenía que ir directo desde el trabajo. No me daba tiempo a pasar por la universidad.

—He encontrado a una chica que da clases particulares —te dije—. El problema es que solo tiene hueco a las tres y está en la otra punta, junto al parque San Javier; o voy directo desde el trabajo, o no llego.

—¿No vas a poder venir ni a la última hora? —preguntaste.

—Imposible. Y te quería pedir un favor. Un favor más, quiero decir. Tenemos que ver la manera en que podemos organizarnos para que me pases los apuntes, porque no quiero ir acumulando lo de varios días.

—Se me ocurre algo.

—Miedo me da.

—¡Calla, déjame hablar! —me reñiste a la vez que me dabas un manotazo en el brazo—. Yo estoy trayendo el coche a la facultad; entonces, podemos hacer lo siguiente: sigues viniendo a última hora, como siempre, y después te llevo yo a particular.

Mientras me olvidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora