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Contigo apoyada en mi pecho, comprendí que todos los años de sufrimiento no hacían sombra a un solo día juntos.
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En aquel motel, disfrutamos de cada centímetro de nuestros cuerpos hasta desquitarnos, por tantos veces que nos habíamos mirado sin poder tocarnos. Después, fuimos a la terraza de siempre, de la que nunca recuerdo el nombre.
—¿Quieres pedir hamburguesas? —te pregunté.
—No sé. ¿Y esto será apto? —dijiste señalando en la carta.
—¿Gyozas? Son como empanadillas japonesas, pero no sé si llevarán huevo o algo raro.
—Yo tampoco.
—Voy a preguntar —respondí.
—No, no, pensarán que somos unos catetos que no saben lo que son unas... gyozas —dijiste tras fijarte de nuevo en el nombre—. Hazte el interesante —me susurraste— y sigue mirando la carta para que no vengan a tomar nota, como que seguimos indecisos. —Sacaste el móvil escondiéndolo debajo de la mesa para buscarlo.
—Ja, ja, ja. Estás fatal.
Como siempre, al final pedimos las hamburguesas.
—Cuando montes tu restaurante, ¿cómo lo vas a llamar?
—Green Day, obvio.
—¡¡Qué bueno!! ¿No se le ha ocurrido ese nombre a nadie?
—Supongo que alguno habrá, pero yo no lo conozco.
—Vale, pues hecho. Green day. ¡Me apunto!
—¿Vas a montar el restaurante conmigo? —dije, dándote un beso en la mejilla.
—¿Quieres que montemos el restaurante juntos? —preguntaste con voz tierna.
—Ajá —respondí mientras te daba besitos por el cuello—. Pero tú serás periodista y escritora.
—Seré socia, aunque solo sea para acostarme con el jefe. Oye, pero tú también serás periodista, ¿no? —dijiste, poniéndote seria—. No me dejarás sola en clase.
—No lo dejaré, pero sé que ahí no está mi futuro. En cambio, a ti te brillan los ojos cada vez que hablas de periodismo. Se te veía feliz hasta en Economía.
—Sí, me apasiona. Economía no, me refiero al periodismo, claro. Tengo que recuperar algunas que suspendí cuando... ya sabes —dijiste un poco triste. Te acaricié la mejilla—. Pero sí, me encanta estar en periodismo.
—Y escribir. ¿Cómo vas con eso?
—En estos meses no he podido concentrarme, pero lo retomaré.
—Ya. Me lo imagino.
—En lo que estoy centrada es en volver a publicar El rencor del almendro. Me he informado y no me tomarán el pelo más. Estoy convencida de publicarlo, pero esta vez por mi cuenta. He establecido una estrategia de mailing.
—¡Qué bien! Yo de marketing y redes sociales no sé nada, pero, en lo que te pueda ayudar, te ayudaré. Como darte muchos mimos mientras escribes —te dije, mordisqueándote la oreja.
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Mientras me olvidas
RomanceEs difícil vivir sabiendo que has conocido al amor de tu vida y que no estáis juntos; Tristán siempre ha cargado con ese peso. Nunca se hubiera imaginado que esa persona que le resultaba insufrible era en realidad el amor de su vida. Sara y Tristán...