Capítulo 13. Publicación

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Hoy, cuando recuerdo cómo clavamos la mirada el uno en el otro, siento un estremecimiento que me recorre desde los pies hasta la última neurona de mi cerebro.

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El domingo quedamos para comer con vuestros amigos. Bueno, ya los consideraba amigos míos también, porque nos veíamos casi todas las semanas. Yo no podía permitirme comer en un restaurante con tanta frecuencia, así que me escudaba en el veganismo para pedir una ensalada y poco más. Ese día estábamos todos excepto Sabrina y Rebeca.

—Oye, y la lana, por ejemplo, ¿qué mal hace la lana? —preguntó Juan.

—No seas coñazo, tío —le respondí mientras me reía. Ya había cierta confianza para mandarlo a la mierda sin que le pareciera mal del todo.

—Nunca tienes respuestas, ¿ves? Si tengo razón, admítelo y ya está.

—Tienes razón, Juan, tienes razón —respondí con tono cansino.

—Sí, Juan —añadiste tú—. Todos sabemos que tienes razón.

—Siempre tienes razón —añadió Marcos.

—Ya —replicó—. Como no tenéis argumentos, os metéis conmigo. Esto es bullying, que lo sepáis.

—Bueno, chicos, ya me han aprobado la beca para el intercambio —anunció Azu después de un silencio. Miré a Silvia. ¿Ya habían salido las resoluciones? Agachó la cabeza, en silencio.

—¡Qué bien! —aplaudiste tú—. ¿A dónde vas?

—A Florencia.

—¿Tú sabes algo, Silvia? —le preguntaste.

—Han aceptado la preinscripción —respondió apenas sin voz.

—¡Qué guay! —dijo Azu—. ¿Para dónde?

—Para Florencia también.

—¡¡Vamos juntas!! —gritó, emocionada.

—No es definitivo. Aún falta el examen de idiomas —trató de justificar.

Yo escuchaba. No decía nada. Sabía que Silvia no quería hablar de ello allí ni tener que dar explicaciones delante de sus amigos.

—¡Qué problema tienes tú! —intervino Marcos—. Tienes el B2 de inglés y te defiendes en italiano.

—De todas formas, no sé si podré ir.

—¡No fastidies! ¡Ahora ya sé que vamos juntas! No puedes hacerme eso.

—Además —dijo Marcos—, es una experiencia fantástica. Yo estuve el año pasado en Budapest y es lo mejor que me ha pasado. —Miró a Azu y le dio un abrazo—. Después de ti, claro. Ella le devolvió una mueca de enfado.

—Bien tonta serías de no aprovechar una oportunidad así —dijo Juan.

Silvia no aguantó más, se levantó y salió corriendo.

—¿Qué he dicho yo ahora? —preguntó Juan con cara de susto.

Fui tras ella; había girado a la izquierda, hacia el parque.

—¡Espera, Silvia!

No se giró. Llegué a agarrarla por el brazo. Ella se detuvo, pero continuó mirando al frente.

—Silvia, si no quieres ir, no vayas. No insistiré más. Lo siento.

—Es que sí quiero ir, Tristán —dijo mientras se volvía hacia mí—. Sé que nunca tendré otra oportunidad como esta. Quizás dentro de muchos años, cuando ya trabaje, podré ir de viaje unos días. ¡Pasarán años! Y no será como esto; no será empaparse de la ciudad durante cuatro meses, tener tiempo para conocer cada iglesia y perderme por cada callejuela.

Mientras me olvidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora