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Solo tenía ojos para ver esa mirada de niña ilusionada ante un regalo, pero no estabas contenta por un regalo que te hubieran hecho; estabas feliz por hacerme sentir especial. Y, créeme, me habías hecho sentir como si fuera la persona más especial del mundo.
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El día anterior había roto el bloqueo que me había impedido escribir ni un verso en meses, así que, cuando llegué de trabajar, preparé un café, puse a Nirvana (Nirvana nunca me fallaba) y saqué papel y boli. Después de media hora, aún no se me había ocurrido nada.
Cambié el registro. Puse la lista de baladas, busqué fotos de Silvia en el móvil y repasé nuestro chat para recordar situaciones y conversaciones que me recordaran momentos emotivos y me sumergieran en la nostalgia por su ausencia. Nada.
Terminó la lista de reproducción y empezó a sonar Serenade. Los versos de la noche anterior llegaban sin más. Daba igual que los hubiera roto: no podía olvidarlos. Desistí de escribir y me puse a ver series.
Marcos, por un lado, y Vero y Raúl, por otro, habían dicho que no podían quedar al día siguiente, así que no habría comida. Lo que nadie sabía es que el domingo era mi cumpleaños. No me importaba demasiado. En casa nunca se había celebrado. A veces, mi madre me compraba una tarta y hasta algún juguete, pero nunca había celebrado nada.
Estaba aburrido y tenía sueño. Tras levantarme toda la semana a las cinco de la mañana, los sábados no era persona. De todas formas, decidí esperar a las doce de la noche para recibir la felicitación de Silvia. Estaba convencido de que me llamaría a las 00:00, o me enviaría algo especial. A las 00:30 decidí echarme a dormir. No me molesté con Silvia. Seguramente, estaría de fiesta y era lo normal. Pero sí me sentí mal: si yo no era tan importante para ella que me quería, para quién iba a serlo.
El domingo me desperté pronto. La costumbre. Tenía un mensaje de Silvia. Era un audio de las 1:32.
—¡¡¡Felicidades gatito!!! —gritaba. Se notaba que estaba muy borracha y se oía música muy alta por detrás—. Quería llamarte a las doce, pero essstoy en una discoteca y no sabía ni la hora. Voy pedo, ja, ja, ja. Y te echo de menos. —Su voz se volvió melancólica de repente—. Mucho. Lo estoy pasando genial, pero cada día sin ti se me hace eterno. Bueno, que no quiero ponerme triste.
—¡¡¡Felicidades, Tristán!!! —se oyó a Azu por detrás.
—¡¡Te quieroo!! —dijo Silvia.
—¡¡¡Te queremos!!! —gritaron Silvia y Azu al unísono.
Aquel cumpleaños no iba a ser distinto a cualquier otro. Sería un día más. Si Silvia no estuviera en Florencia, seguro que se encargaría de hacerlo especial. Es posible que planeara despertarme con un desayuno y me regalaría un cuadro que habría pintado sobre nuestro amor. Sin embargo, no pensé en nada de eso. Lo único que me preocupaba era que ese domingo, fuera mi cumpleaños o no, no te iba a ver. Aunque aún no era capaz de reconocerme nada a mí mismo, la inquietud que sentía solo podía significar que te echaba de menos.
Me levanté y, mientras hacía con todo el quehacer de mis domingos (lavadora, baños, habitaciones...) iba respondiendo algunas felicitaciones.
Jon
¡Felicidades!
10:40
Sé que no he sido muy buen amigo últimamente, pero sabes que aquí estoy para lo que sea.
10:40
Un abrazo.
10:40
Yo
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Mientras me olvidas
RomantizmEs difícil vivir sabiendo que has conocido al amor de tu vida y que no estáis juntos; Tristán siempre ha cargado con ese peso. Nunca se hubiera imaginado que esa persona que le resultaba insufrible era en realidad el amor de su vida. Sara y Tristán...