Capítulo 27. Hospital

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No hay recuerdo más doloroso que el de aquello que no se ha vivido.

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Te expliqué que Jon había llegado al hotel con el cuaderno y me había explicado todo. Te confesé que yo también te escribía y me arrepentí al instante.

—¿En serio? —dijiste, con cara de ilusión—. Vete a buscarlo.

—¿Cómo voy a ir ahora? Además, necesitas descansar y no estás para leer.

—¿Me vas a negar eso?

—Yo me imaginaba, no sé, reconciliarnos, sexo, romanticismo, sexo...

—Lo siento, tendrás que esperar. Culpa tuya. Si no hubieras dicho nada, ahora estaríamos haciendo el amor desaforadamente.

—¡Cómo echaba de menos ese sentido del humor! —me dijiste.

—¡Cómo echaba de menos esa risa!

Me aproximé a ti. Tenías los ojos cansados de haber llorado. Acercaste tus labios a los míos. Te di unos besos suaves en la boca. Abriste los labios con dulzura y mi lengua comenzó a jugar con la tuya, despacio, sin prisa. Cerré los ojos. Quería sentir aquel beso como si lo estuviera soñando, aunque estando seguro de que al abrirlos estaría a tu lado.

—¡Uf, Tristán! —suspiraste—. Van a tener que coserme los puntos de nuevo, porque se me está saliendo el corazón del pecho.

Salí de la habitación para ir a buscar lo que te había escrito, pero antes pasé por la sala de espera para avisar a tu padre, por si quería entrar a verte.

—Borja, me voy un rato. vuelvo en media hora o así.

—Vale —contestó mientras se levantaba.

—Eso sí, hoy me quedaré a dormir en el hospital.

—De ninguna manera. Creo que es tomarse demasiada confianza, Tristán. Yo de noche me voy a quedar con ella.

—Como quieras. Yo te aviso que, en la habitación o en la sala de espera, no me voy a ir de aquí.

—Eso ya se verá —dijo muy serio.

—Papá —se levantó Fran—. Es Tristán, ¿vale? Sara va a querer que se quede con ella.

Tu padre no respondió. Me despedí de todos en general y me fui. Cuando regresé, tu padre te dio un beso y salió de la habitación. No dijo nada, pero me echó media sonrisa.


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—Ay, cómo me va a gustar esto —dijiste cuando te entregué el archivador con lo que te había escrito.

Con el dedo me pediste que me acercara y me diste un beso.

—¡Te quiero tanto! —dijiste—. Me son suficientes dos minutos contigo para sentirme tan cerca de ti como entonces. Lo único que lamento es no haber tenido tiempo para disfrutarnos sin dramas.

La doctora entró en la habitación para ver cómo te encontrabas. Te riñó por estar leyendo, porque no podías forzar la postura.

—¡Vaya! Estaba deseando leerlo.

Mientras me olvidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora