Capítulo 5. La barbacoa

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Siento que en esta situación a veces se me olvida decirte lo maravillosa que eres; siento no decirte a diario lo afortunado que soy por estar contigo; siento no recordarte a cada instante la suerte que tengo de que me quieras.

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Final del cap. IV

Me dolía la cabeza. ¡Qué habría dicho ese cabrón! Cómo le iba a creer a él. ¿Casi mata a mi madre y le creen a él?

-Me pregunta Sara a qué hora vamos a ir.

Yo no estaba en aquella habitación. Estaba con la vista fija en la pared, sin mirar a ningún lado. ¡Qué cabrón! 

—¿Qué le digo? ¿A qué hora vamos?

Debía ir a comisaría, pero tenía que llevar a mi madre a casa. Tenía que ir y aclarar los hechos. ¿Cómo? No me iban a creer. Mi madre juraba que se había caído por las escaleras. Solo yo le había denunciado; yo que, casualmente, según ellos, le había agredido horas después.

—¿Vamos para las dos?

Denuncia por lesiones graves. ¿Qué significaba eso? ¿Me pondrían una multa? ¿Habría juicio? Cárcel no. ¿Por una pelea? Suponía que no, pero no tenía claro qué implicaba una denuncia por lesiones graves.

—Tristán, ¿qué le digo a Sara?

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Tras la llamada de la comisaría, intenté respirar y calmarme. Nada estaba saliendo bien, pero había que dar la cara y seguir adelante.

—¿Qué pasa? —me preguntó Silvia sujetándome por el brazo.

—Luego te cuento —le susurré señalando con la cabeza a mi madre. Busqué el contacto de mi tía en el teléfono y la llamé— ¿Rosa? Mira, quería pedirte que fueras lo más pronto que pudieras a casa. Me ha surgido una entrevista de trabajo y tengo que irme antes.

—No te preocupes. Ya estoy aquí.

—¡Genial! —miré a Silvia con una mueca de asombro.

—Ya suponía que, con tu madre en el hospital, estaría todo hecho un desastre, así que he venido para limpiar un poco antes de que viniera.

Estaba flipando. La casa estaba bien. Me afanaba por tenerla cuidada, pero sabía que mi tía es de las que siempre tienen una crítica. Sin embargo, nos ayudaba viniendo a cuidar de mi madre, así que tenía que morderme la lengua.

—Vale, genial.

—Yo lo hago por ayudar. Sin una mujer en casa es normal que esté todo así.

¿Así cómo? Ese comentario hizo que me hirviera la sangre, pero, fuese como fuese, ya estaba en casa, así que podía dejar a mi madre allí y quedarme tranquilo.

—Ya es más de la una —dijo Silvia mirando el reloj mientras bajábamos las escaleras—. ¿Vamos ya para casa de Sara?

—Tengo que ir a comisaría.

—¿A comisaría? —preguntó asustada.

—Me han dicho que debo testificar. Mi padre me ha denunciado.

—¿Tu padre? ¿Denunciarte a ti?

—Sí. Parece que cada paso que doy me lleva hacia atrás. Me siento atrapado.

Silvia se detuvo en la escalera y me dio un abrazo.

—Yo estaré siempre aquí para ayudarte. No lo olvides.

Me hubiera gustado ir a su casa, como tantas veces, echarnos en su cama a ver una serie en su portátil con el único propósito de estar abrazados. Deberíamos estar preocupados por las notas de los exámenes finales, por saber qué íbamos a estudiar en la universidad, por cómo pasaríamos el verano. En vez de eso, estaba preocupado por conseguir dinero para salir de aquella casa, por la denuncia que me había puesto el hombre que se supone que debía cuidarme y protegerme. Y, Silvia, preocupada conmigo. La separé un poco para mirarla a los ojos.

Mientras me olvidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora