Capítulo 16 (2ª parte)

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Te recomiendo leer primero el capítulo 16 de Hasta que te odié, si aún no lo has leído


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"No, no voy a besarte porque, si lo hago, tendré que hacerlo cada día"

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Después de aquel momento tan especial, tratamos de hacer como si no hubiera pasado nada. Cantamos, bailamos y nos divertimos, pero en cada mirada, en cada sonrisa, en cada ligero roce, la sensación mágica de haberte abrazado me inundaba el pecho de algo que no sabía definir. La complicidad que compartimos me hizo sentir como si hubiera encontrado una parte esencial de mí que ni siquiera sabía que estaba buscando.

—Quería darte algo —te dije cuando aparcaste frente a mi portal.

—¿Qué es?

—He dudado si dártelo o no... De hecho, aún estoy dudando si subir a buscarlo.

—No, no, no. Nada de dudas. —Me empujaste hacia la puerta—. Venga, fuera. Te espero aquí.

Subí y me quedé mirando la funda con los poemas. Eran algo muy íntimo. ¿De verdad sería oportuno dejar que lo leyeras? Confiaba en ti y, después de las emociones de ese día, lo que me hubiera gustado de verdad hubiera sido subir contigo a mi cuarto y leerte cada uno de mis poemas, abrazarte después de cada página y contarte todo de mí para que entendieras de dónde nacía el dolor que reflejaban. Y, sobre todo, deseaba leerte el poema que me habías inspirado, confesarte que lo había escrito para ti y gritarte que te escribiría otros cien mil, porque cada vez que cerraba los ojos no veía más que tu sonrisa; esa puñetera sonrisa deliciosa tuya; esa sonrisa que podía pedirme lo que quisiera.

En tus manos vi la luz,

Las tinieblas en tus ojos.

Rescribí el poema en dos minutos, lo metí entre el resto de hojas y bajé. No sabrías que me había inspirado en ti, pero quería que tuvieras aquellos versos que se me habían grabado a fuego.

—Ten —dije, de vuelta en el coche, entregándote la funda.

—¿Son poemas tuyos? —preguntaste a la vez que sacabas algunas hojas—. ¡Son poemas tuyos!

Te lanzaste hacia mí y me abrazaste. No sabes la emoción que sentí con tu reacción al recibir mis poemas

—Creí que no te acordarías de que te había pedido leerlos —me dijiste casi al oído.

—No los mires ahora. Me da vergüenza.

—¡Me encanta! Me alegro mucho de que hayas decidido dejarme leerlos.

—Ya me contarás qué te parecen.

—Escribes en folios, a mano, pero la vintage soy yo.

—La poesía ha de escribirse en papel, en barro, en piedra. Los sentimientos son algo tan etéreo que, para que no huyan, hay que esculpirlos sobre un soporte real en que dejen huella.

—¡Joder! —exclamaste a la vez que me mostrabas tu piel de gallina.

—Lo de las palabrotas no es solo para la comida, por lo que veo. La poesía también le afecta. Ah, hablando de comida, recuerda que habías quedado en prepararla tú para mañana.

—¡Es verdad! Vale, vale. Dije que te sorprendería y te sorprenderé.

Salí del coche. No quería irme nunca de allí. Quería quedarme a tu lado toda la noche. Y que la noche durara toda la vida.

Mientras me olvidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora