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Jisoo

—No dispare, soy policía—logro decir entre jadeos y muecas de dolor.

—Policía soy yo y no me suenas de nada, bonita—suelta en tono borde—ponte en pie muy despacito.

—No puedo, se lo juro, si me muevo me rajo con estos jodidos pinchos.

La mujer con el pijama del Monstruo de las galletas me observa en el suelo sin acabar de comprender qué cojones hago ahí.

—Cuando he salido después de ver algo caer por mi muro, pensaba que sería el gilipollas del cartero, al que últimamente le ha dado por lanzar los paquetes desde el otro lado del muro, algo que sin duda pienso solucionar poniendo la debida reclamación. Lo que no esperaba era encontrarme a una mujer tirada detrás de mis rosales, de esos que con tanta paciencia y mimo he regado y cuidado y que ahora voy a tener que podar de forma salvaje si quiero sacar a una loca que dice ser policía de ahí—explica más para ella que para mí.

Da un paso hacia la derecha y se agacha un poco, como si todavía no se creyese que estoy aquí, en medio de las putas ramas más gordas de los rosales.

—Joder—dice poniendo los ojos en blanco—intenta no moverte, voy a sacarte de ahí.

—Tranquila, no tengo intención de hacerlo.

Lo que no le digo es que no estoy muy segura de ser capaz de mantenerme en pie, las piernas me duelen horrores, por no hablar de la preocupación extrema que siento por mi sexo, que por primera vez en mi vida no palpita de excitación, lo hace de dolor.

La mujer deja su pistola en la repisa de la ventana y camina hacia un armario de exteriores, del que saca unos guantes de jardinería y unas tijeras de podar que hacen que abra los ojos perpleja en cuanto la veo.

—Ten cuidado con eso, por favor.

—Tranquila, preocúpate más por la pistola, porque como me hayas mentido, te arrepentirás—amenaza antes de dar el primer tijeretazo.

La mujer comienza a cortar con cuidado todas las ramas que de algún modo están pegadas a mi cuerpo o suponen un riesgo, las va retirando con suma delicadeza, sobre todo cuando observa que me encojo de dolor cuando separa las que están tocando mi piel.

Cuando por fin termina, mira hacia un lado y ve ese montón de ramas llenas de espinas que han acabado con la vida de sus rosales porque una mujer que dice ser policía se ha caído por su muro.

—Levántate—me pide calada hasta los huesos.

La observo desde el suelo mientras me incorporo lentamente hasta estar sentada, dudo que pueda hacer más que eso, las piernas me tiemblan, más de dolor que de miedo.

—Enséñame tu placa—me pide la mujer, a la que ya no le viene de mojarse un poco más.

—Está en la bandolera, puedes cogerla tú misma.

Me observa recelosa, mira la bandolera que cuelga del lado derecho de mi cuerpo y entonces repara en que sobre mis piernas hay un bolso que sin duda no me pega nada. ¿Qué chica de treinta y pocos va por ahí con una bandolera y un bolso? La pobre tiene que estar flipando, quizá demasiada información para alguien que acaba de levantarse. Estira el brazo y coge el bolso sin permiso.

—Ese no es—me quejo, pero ella ya lo ha abierto y ha sacado un enorme monedero de piel de color negro.

Lo abre y busca entre un puñado de tarjetas hasta dar con lo que parece que busca, mi documento de identificación.

—Te conservas muy bien para tener setenta y dos años—dice mordaz mientras me mira inquisitiva.

Pienso que en otra ocasión sería el momento perfecto para hacer una de mis bromas, pero en esta me podría costar un tiro por listilla, y además me encuentro mal, siento escalofríos y el dolor empieza a ser intenso en mis piernas.

𝐅𝐋𝐎𝐑𝐄𝐒 𝐘 𝐌𝐄𝐍𝐓𝐈𝐑𝐀𝐒 [chaesoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora