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Rosé

Ayer le dije a Ana que hoy se tomara el día libre, después de la semana que le he dado con mis ausencias es lo mínimo que puedo hacer para compensarla, a pesar de que los sábados por la mañana suelen ser horribles.

Llevo desde las nueve sin parar de atender clientes, rezando para que en algún momento la tienda se quede vacía y así aprovechar, cerrar la puerta y poder por fin ir al baño, no sé cuánto tiempo más aguantaré sin mearme encima.

A media hora de echar el cierre, parece que es mi momento, estoy cobrándole a un señor y por ahora no hay nadie más en la tienda.

—Deme también esas semillas—pide cuando ya ha pagado.

Tomo una bocanada profunda de aire y aprieto las piernas de forma disimulada mientras un escalofrío de desesperación me recorre todo el cuerpo, de esos incómodos que solo sientes cuando ya no puedes aguantar más.

—¿Cuánto es? —pregunta abriendo de nuevo su cartera.

Antes ha necesitado un minuto con todos sus segundos para darme lo que cuesta la maceta que se ha llevado. El pobre parece tener Parkinson y si tengo que esperar más, el líquido caliente comenzará a resbalar por mis piernas de un momento a otro.

—Se lo regalo—digo forzando una sonrisa.

—Te lo agradezco, pero así no harás negocio, dime cuánto es—insiste.

Me resigno y espero pacientemente a que el señor cuente las monedas mientras me muevo cambiando el peso de un pie a otro como si eso sirviese de algo. Justo cuando las está colocando en mi mano la campanilla de la puerta suena, haciendo que me muerda los carrillos para contener la angustia, me cago en mi mala suerte.

—Cuenta que esté bien, niña—me pide el señor—que ya no veo mucho y a veces me equivoco.

Otro escalofrío me recorre de arriba abajo y la primera gota está a punto de escaparse.

Echo un vistazo a las monedas para asegurar que está bien y me ladeo un poco para permitirme ver si al menos ha sido una sola persona la que ha entrado o hay más de una para mi desgracia.

Un burbujeo enorme se instala en mi pecho cuando descubro que es Jisoo la que ha entrado. Pienso que para odiarme tanto como parece, no deja de visitarme y eso me hace dedicarle una sonrisa que ella no me devuelve. Si supiese que cuanto más se hace la dura más me gusta, quizá se relajaría un poco.

Lástima que mis ganas de vaciar la vejiga no me den tiempo para permitirme jugar a las miraditas o soltarle alguna de las mías para hacerla enfadar, cosa que me divierte mucho porque sus ojos echan fuego cuando me mira.

—Que tenga un buen día—le digo al señor.

Después salgo corriendo de detrás del mostrador y me acerco a Jisoo con tanto apremio que los ojos casi se le salen de las órbitas ante la sorpresa.

—Vigílame la tienda, por favor—le suplico en un susurro cuando paso por su lado— necesito ir al baño con urgencia.

No espero su respuesta, solo corro hacia el interior con tal desesperación, que abro la maneta del baño tan rápido que se me escapa de los dedos sin llegar a abrirse, pero yo ya he dado el paso y me estampo de frente contra la puerta.

—Joder—me quejo para mí, justo después de asegurarme absurdamente de que nadie me ha visto.

Por fin logro sentarme y cierro los ojos para disfrutar de un momento que en ocasiones como esta me parece tan gratificante como un orgasmo.

Respiro aliviada y cuando salgo, encuentro a Jisoo apoyada de espaldas al mostrador mientras mira algo en su móvil. Me quedo bajo el quicio de la puerta contemplándola como una boba a la vez que me insisto mentalmente en que no debo tirar la toalla con ella, necesito conquistar a esta mujer cueste lo que cueste.

𝐅𝐋𝐎𝐑𝐄𝐒 𝐘 𝐌𝐄𝐍𝐓𝐈𝐑𝐀𝐒 [chaesoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora