Marzo 1918
Hace dos meses me encontraba laborando en la Universidad de Francia, siendo profesor sustituto de la carrera de psicología no sobresalgo dentro del gremio, por esta razón ser recomendado para brindarle mis servicios a una familia adinerada es algo extraño para mí.
Recibí una carta a nombre de la familia Ardley, con una petición para tratar a una joven con la mayor discreción posible. Generalmente cuanto de trato a mujeres es debido a la Histeria. Dentro del sobre venia una tentadora cantidad de dinero más un pasaje de primera clase en barco hacia América, el idioma no sería un problema, el trabajo menos ya que dentro de unos días terminaría de remplazar al profesor adscrito.
Estos dos meses he tratado de investigar más sobre la familia Ardley, actualmente solo hay dos miembros registrados con tal apellido, aunque hay más miembros dentro de la familia son externos, su residencia principal se encuentra en escocia pero desde hace unos años no se ha sabido la ubicación de la familia. La curiosidad por saber sobre ellos me ha llevado a empacar mis pocas pertenencias.
Abril 1918
La semana pasada conocí al patriarca de la familia Ardley, un gran honor y privilegio al parecer. Antes de brindarme alguna palabra suya se me hizo firmar varios documentos de confidencialidad, lógico, pero me daba más curiosidad por saber lo que tratarían de ocultarle al mundo. Él era demasiado Joven para ser el patriarca de su familia, alto, rubio, con semblante amable, las ojeras dejaban ver un falta de sueño. Olía ligeramente a tabaco, su traje era impecable, su postura me dejaba ver que era quien estaba a cargo. Comenzó a platicar sobre las rosas del jarrón que se encontraba en la mesa de caoba, sin mirarme a la cara, su mirada y atención solo eran para esas rosas. Sinceramente no entendía nada de lo que me decía.
- Son Dulces Candy.
Menciono con voz temblorosa, sacándome de mis pensamientos. Nuevamente busque su mirada sin éxito, esta vez el despacho donde nos encontrábamos se quedó en un profundo silencio, por un momento sentí un escalofrió.
- El joven que logro cultivarlas es mi difunto sobrino Anthony, le dio el nombre de Dulce Candy a las rosas por... debido a mi hija adoptiva, la señorita Candy White Ardley.
Los ojos del joven se cristalizaron, su cara su puso roja como si aguantara la respiración. Se levanto de su asiento para dirigirse hacia el gran ventanal dándome la espalda. Durante unos minutos dejo escapar pequeños suspiros. Se avergonzaba por llorar. Creí que me diría que aquella hija suya abría fallecido al igual que su sobrino, pero no.
Cuando se calmó me narro a detalle la historia de su hija adoptiva, una pequeña huérfana con posible depresión a causa de las constante tragedias que ha vivido. Ahora se encontraba en el orfanato que la crio.
Mayo 1918
Llevo cerca de medio mes que me instale en el Hogar de Pony, es dirigido por dos increíbles mujeres, figuras maternas de la señorita Ardley. El pequeño ejército de niños traviesos mantiene el lugar lleno de vida, ellos son dirigidos por la traviesa más grande del orfanato, la misma señorita Ardley. Candy White Ardley. Odia ser tratada como una mujer de la alta sociedad, afirma que dejo de ser de la familia Ardley, supongo que asocia las cosas trágicas que le han sucedido al hecho de que fue adoptada por esa familia.
En un inicio se negó a platicar conmigo, no cree que pueda estar deprimida puesto que ella es muy feliz ahí, siendo enfermera para cuidar de los niños y de sus dos madres. Para poder acércame a ella decidí platicar con la hermana María y la señorita Pony por separado acerca de la vida de ellas, historias dignas de una novela, ambas mujeres en una vida sencilla y común transformando vidas y dando una nueva oportunidad a todos esos huérfanos. Me confiaron una bitácora donde se registraron los nombres y edades de todos los niños que pasaron a su cuidado, 1233 nombres en 40 años, algo impresionante.
Indagué cuantos de estos niños ha regresado al Hogar de Pony buscando vivir ahí.
- Solo Candy, señor.
Me contesto la señorita Pony, mientras trataba de dormir a un pequeño bebé en sus brazos. El pequeño llegó hace dos días, ver cómo fue abandonado me partió el corazón, los llantos no pueden ser calmados por nadie que no sea la señorita Pony o la hermana María.
- No me mal interprete, adoramos a Candy, la amamos con toda nuestra alma pero sinceramente creemos que ella esta encarcelada por sí misma en este lugar.
Había pensando en eso, la señorita Candy White Ardley desde que tuvo conciencia aprendió que lo normal es vivir en una familia, debido a una causa desconocida ella no tenía una por lo que era una huérfana. Aprendió que como objetivo en su vida tendría que lograr conseguir una y al no conseguirla como ella esperaba se ha resignado a lo único que le da el sentido de partencia que es el Hogar de Pony. La primera vez que logre entablar una conversación intima con la señorita Candy White Ardley fue a causa de que me ha reclamado por subirme a una pequeña colina a descansar.
- Usted no puede venir aquí, no al menos cuando este yo.
Cuestione esa afirmación, pero se negó a darme una razón por lo que no me moví de ahí y solo observe la conducta de esta joven. Se sentó dándome la espalda, saco de su delantal un manojo de cartas y se dispuso a leerlas. Risas, asombro, silencio y demás expresiones que no me daban pistas para entenderla, era como si leyera una tira cómica del periódico. Me recosté y cerré los ojos, ese lugar era mágico, sentir el viento en la cara, inspirando el olor a pino, escuchar los pájaros cantar y también llanto.
La señorita Candy White Ardley estaba llorando, abrazando una de las cartas como si su vida dependiera de eso.
- Mi amiga Annie, se va a casar. Se casara con Archi, me han enviado la invitación. Ambos están muy felices, dicen estar muy enamorados y emocionados por formar una familia.
Cualquiera se preguntaría la razón de esta niña para no ver a su amiga de toda la vida casarse con una persona que le corresponde. Pero entendía, la persona que ama la señorita Candy White Ardley posiblemente se case con otra mujer y no con ella. Me senté junto a ella y la abrace lo más fuerte que podía sin lastimarla.
- Se lo que me dirá, que debo estar feliz por ella. Que no sea egoísta, que no debería sentirme así. Ella es mi amiga, mi hermana.
- No.
Se giro para verme, por un instante pensé en limpiarle sus lágrimas con mis manos, pero eso sería muy descortés, saque de mi bolcillo un pañuelo y se lo ofrecí, mientras se limpiaba la cara pude sentir que era el momento.
- Señorita Candy, no debes permitirte estar feliz por ella.
Impresionada por mis palabras se giró para verme, pude ver que no entendía lo que yo quería decir.
- Usted, yo, todos, tenemos derecho a no expresar estar alegres por los demás. No es malo ser egoísta, al final tu eres tú prioridad. Date permiso para llorar cuando quieras llorar. Date permiso para hablar cuando quieras hablar.
La solté del abrazo y me dispuse a irme para dejarla sola. Me sostuvo de mi pantalón sin verme a los ojos, así que volví a sentarme esta vez frente a ella sin dejar de mirarla.
- Se que Albert lo envió aquí para ayudarme, respóndame con honestidad. Planea decirle todo lo que yo le diga a él.
Casi se me sale una sonrisa de triunfo, pero solo negué y explique que eso sería confidencial. Me miro con desconfianza, dejo escapar un gran suspiro y tomando aire comenzó a narrarme como lo conoció al hombre al que ella ama, no me dio grandes detalles y se detuvo al momento en el que se separaron. Cuestione su sentimientos en las partes donde ella se contenía para llorar, mi trabajo no es enterarme del chisme completo, si no entender su sentir, sus pensamientos y conductas para que ella pueda soltar, aceptar y seguir adelante.
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Aceptar
FanfictionNunca conocí mi origen, desconozco la persona que soy, no sabría decir a donde me llevan las decisiones que tomo, se que debo seguir y de alguna forma encontrar la felicidad. Al parecer la felicidad no puede ser una persona, o un lugar al que pueda...