¡A pescar!

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—¡Por favor, Yako-san, necesito salvar a mi amiga!

—Ya te lo he dicho, mocosa; no porque seas princesa del mar de Kamome significa que voy a hacer excepciones. Si quieres que te diga dónde encontrarla, deberás pagar el precio —dijo con desdén.

—¿Y qué es lo que quieres?

—Supongo que con cien de tus escamas bastará.

—¿¡Cien!?

—Es un precio accesible. Normalmente a otras sirenas incautas suelo pedirles cosas como su voz, sus ojos o sus brazos.

La joven tragó duro y miró su cola. En ella habían probablemente miles de escamas, por lo que perder un centenar no le afectarían en lo más mínimo. El problema sería arrancarlas; pero, se trataba de su mejor amiga, así que era justo.

—¡Está bien, te las daré!

—¡Maravilloso! —exclamó complacida—. Deberás colocarlas dentro de esta caja y una vez estén completas, tráelas, será hasta entonces que te diré dónde encontrar a tu amiga y cómo salvarla. —Urgió la bruja, colocando el contenedor en las jóvenes manos.

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La princesa regresó a su palacio y contempló el caos a su alrededor.

Todo mundo seguía alarmado luego de que la noticia del rapto de la futura duquesa acuática, Aoi Akane, se propagara.

Se dirigió a su cuarto rápidamente con el corazón a punto de romperse, pasó de largo las súplicas de sus súbditos y no puso atención al llanto desconsolado de los demás aristócratas.

Aoi era amada por todos en el reino, incluyéndola. Habían sido amigas desde la infancia, compañeras de aventuras, cómplices de travesuras, confidentes, y acompañantes en sus mejores y peores momentos. Habían pasado unas horas desde que el sol se había puesto cuando la pelimorada le había reafirmado su amor y lealtad.

El par de sirenas habían ido a recoger conchas en uno de los piélagos más alejados del poblado marino de Kamome. Desde siempre habían ido a ese sitio para buscar entre la arena aquello con lo que crearían joyería que atesorarían con mucho más recelo que los ostentosos artilugios de perlas y concha nácar que plagaban sus joyeros.

Reían y mostraban orgullosas sus descubrimientos, estaban tan ensimismadas en su labor de recolección que, solo hasta que una red impulsada por un arpón atravesó la superficie marina en su dirección, se dieron cuenta del peligro que las rodeaba.

—¡Huye, Nene-chan! —suplicó la sirena de cola violácea.

Pero Nene, futura soberana de las aguas de Kamome, no podía dejar a su mejor amiga así. Aoi había sido capturada y lastimada debido al impacto del pesado objeto. Buscó rápidamente entre las conchas que había recolectado la más filosa y trató de cortar la red que empezaba a subir a la superficie. Iba contra tiempo, en cualquier momento su amiga llegaría a donde no podría seguirla, sus manos trabajaban velozmente a pesar de que la prisión de cuerda no cedía, era demasiado gruesa.

—No te preocupes, Nene-chan —habló la pelimorada con resignación—. Estaré bien, estoy segura de que con la ayuda de los demás podrás encontrarme. —Trató de consolar a la princesa, quien sin saberlo ya había empezado a derramar lágrimas de sus ojos carmesí.

Se aferró a la red hasta que Aoi finalmente llegó a la superficie y no la volvió a ver.

Nadó velozmente de regreso a casa en cuanto el shock pasó y urgió a la guardia real a buscar indicios de su paradero; sin embargo, en cuanto llegaron al lugar indicado por la joven sirena, ya no había nada ahí.

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