Luna de octubre.

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No lograba entenderlo.

¡Todo iba tan bien!

Desde el principio Nene y Teru habían sido emparejados, pues su amistad con el par de científicas de cabellera castaña había dado pie a que su sujeto de experimentación, así como el de ellas, ya llevaran algún tiempo conociéndose y ciertamente a Nene parecía gustarle mucho el monstruo rubio.

Recordaba todas las veces en que la pequeña monstruito hablaba y hablaba sin parar sobre cómo imaginaba su vida al lado del de ojos azules, como la había visto jugar con sus muñecas a la casita fingiendo que Barbie era ella y Ken era el deslumbrante ojiazul así como sus suspiros cada que lo veía a lo lejos.

Por lo que le resultaba extraño que ahora, justo en esa época tan especial, la joven monstruo se negara siquiera a verlo.

Habló con Teru, preguntó a Mei, investigó entre las amistades de la monstruo de cabellera platinada y por más que conseguía datos no lograba dar con la respuesta.

Por lo que su siguiente opción era buscar un nuevo candidato.

El tiempo pasaba y de no hallar a alguien más para la labor, tendría que esperar diez años más de su vida para que Nene volviera a estar en celo.

Y no planeaba darse ese lujo.

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A como pudo, logró convencer al monstruo de cabellera castaña para encerrarlo en la misma habitación que a la de tobillos anchos; pero se desilusionó en cuanto el nuevo candidato optó por tomar un libro y leer, ignorando totalmente a la fémina que cada día se volvía más y más hostil.

Terminó por capturar al monstruo pelirrosado quien sólo sirvió de cojín antiestrés a la enfurecida Nene. Y así, los días pasaron y la actitud femenina empeoró.

Sabía bien que la frustración sexual la convertiría en una amenaza de no encontrarle una pareja lo antes posible. Después de todo, los instintos más salvajes siempre se apoderaban de los monstruos en celo. Algunos sabían lidiar con ellos como en el caso de Akane, Aoi y Teru; a otros como Mitsuba se les había retrasado la época de celo y finalmente estaba Nene, quien al parecer se había dejado llevar por el calor de la temporada. Aun cuando el otoño estaba en puerta.

Le dolía tener que sedarla para que pudiera descansar o para poder practicarle los estudios de rutina a los que ya estaba acostumbrada. Poco a poco la pequeña monstruo que había criado durante casi dos años enteros empezaba a desaparecer. Ya no le hablaba ni le ponía atención. En lugar de palabras usaba gruñidos para comunicarse, todo el día veía por la ventana, su voraz apetito había desaparecido y sólo se alimentaba lo suficiente para no caer muerta, por no mencionar que su irritabilidad estaba por los cielos.

Dios.

¿Qué haría Amane si estuviera ahí?

Detestaba la idea de tener que recurrir a su hermano para hallar una solución; pero en verdad que en ese punto estaría dispuesto a vender su alma con tal de encontrar la respuesta a sus plegarias, y fue por eso que se acercó al mentor de su gemelo, quien sin siquiera darle oportunidad de externar sus preocupaciones, le recordó algo que su mente había dejado en lo más recóndito.

—Los monstruos son híbridos. Pueden reproducirse con otros monstruos, con animales o humanos —dijo mientras seguía fumando.

¿Cómo no lo había recordado antes?

Feliz, salió del laboratorio y se dirigió a la tienda de mascotas más cercana, en búsqueda de la posible nueva pareja de Nene.

—¡Un gecko! —exclamó contento en cuanto regresó y presentó ante sus dos colegas más cercanos al pequeño y asustado animalito.

One-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora