¿A dónde van las almas cuando su misión en el mundo terrenal ha acabado?
Algunos creen que se unen al cosmos y continúan con su destino a través de una nueva misión. Otros más confían en que su morada final dependerá de sus acciones durante el tiempo en que sus corazones latían. Sobrados son los que simplemente esperan que se trate de un lugar donde puedan descansar de todas las molestias propias de la vida mundana.
Y era por eso que el señor de la Costa Lejana, Hanako, trataba en la medida de lo posible de atender a todas y cada una de las peticiones de los residentes de su territorio. Aunque en esta ocasión pareciera que ni siquiera él, en su calidad de dios, podría resolver la más reciente inquietud de las miles de almas que se habían reunido ante él para hacer una única solicitud.
Flora.
Si bien sus dominios no podían ser descritos como desolados y tétricos del todo, tampoco era como si fueran los más "agradables" por decirlo de alguna manera; aun cuando a él le parecía un lugar excepcionalmente hermoso, sus habitantes no podían evitar extrañar el verdor del mundo que una vez pisaron.
¿Qué de malo había con su firmamento cósmico?
¿Y si creaba nuevas constelaciones que guiaran a sus pobladores?
A lo mejor si organizaba unos cuantos festivales como su hermano le había propuesto, sus súbditos dejarían de reunirse a diario frente a su domicilio, a la espera de verlo salir para inundarlo con sus exigencias y quejas.
Y así lo hizo; creó nuevas constelaciones basándose en las criaturas y bestias que sus acompañantes eternos le describían, y aun cuando parecía haber calmado un poco la necesidad de sus súbditos por algo nuevo que ver y hacer, no tardaban mucho en volver a presentarse con la misma petición; flora.
¿Qué parte de "estamos en la Costa Lejana" no habían entendido?
Era prácticamente imposible que algo creciera en ese lugar. Que algo naciera y sobreviviera ahí.
O al menos eso creía, hasta que luego de un día de escuchar las mismas quejas una y otra vez, acudió a su consejero; un monstruo arácnido hambriento de conocimiento pero lo suficientemente gentil como para compartir con él su saber.
—¿Por qué no intentas traer unas plantas sembradas por una de las ninfas de Aoi, la diosa de la tierra? Tal vez con su bendición lograrás que sobrevivan acá.
—¿Crees que funcionará?
—No hay registros de eso, ¿por qué no lo intentas? Si da resultados habrás encontrado la solución a tus migrañas, de lo contrario podrías simplemente pedirle ayuda a Te–
—¡No! —Lo interrumpió antes de que siquiera terminara de pronunciar ese nombre—. ¡Prefiero vivir en eterna agonía antes que pedirle algo a ese sujeto!
—Como gustes entonces.
.
.
.
Antes de adentrarse al verdor del mundo terrenal, recordó que debía al menos pasar desapercibido para no asustar y alertar tanto a ninfas como humanos, pues sabía que Teru no se tomaría de la mejor manera su presencia en la superficie.
Cambió la palidez de su piel por un sonrojo juvenil, la oscuridad perpetua de su mirada fue reemplazada por un par de irises ambarinos que destellaban con vigor y alegría, su cabello siempre opaco y maltratado ahora brillaría bajo el sol del mediodía. Observó su ropaje y decidió cambiarlo por algo menos llamativo que lo que portaba en su reino, un atuendo simple y humilde debería bastar.
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One-shots
FanfictionCreo que el título habla por sí mismo, ¿no? *La obra original JSHK/TBHK pertenece a Aida/Iro*