Déjàvu.

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Como todas las tardes, Nene Yashiro arriba al baño de mujeres del tercer piso del antiguo edificio de Kamome. Ya saben, el mismo de los relatos; aquel donde presuntamente acecha Hanako-san, en espera de algún alma lo suficientemente atrevida, o estúpida, como para invocarle en búsqueda de cumplir con alguno de sus deseos.

No obstante, Nene no está aquí para pedir favor alguno a algún ente sacado de rumores escolares.

Con escoba, cubeta, detergente y demás herramientas de limpieza en mano se adentra al inmundo cuarto. A pesar de no recordar el motivo, sabe que es su labor diaria limpiar el sanitario y aun cuando cada día le parece que está más sucio que el anterior, no respinga ante el olor y la soledad que la atrapan en medio de la pesadez, humedad y calidez de ese baño cada que pone un pie en el. Siendo honesta, hasta le parece que el contraste del atardecer que se ve por la ventana combina bastante bien con el paisaje ahí dentro.

El hedor propio de orines rancios y madera vieja inundan sus fosas nasales una vez deja de aguantar la respiración, ¿desde hace cuanto que la había estado conteniendo? Mas no parece provocarle el más mínimo asco, su nariz está acostumbrada pues ya lleva bastante tiempo siguiendo esta rutina o al menos así es como se siente.

Con paso lento pero firme da inicio a sus labores. No hace ruido alguno. No habla, no canta, no tararea, no susurra, no nada. En aquel cuarto solo se puede escuchar el roce de la escoba sobre las tablas viejas, el tallar del cepillo contra la porcelana de los retretes y los lavabos y el correr del agua que enjuaga la espuma que deja tras de sí.

No se queja cuando un poco de suciedad del retrete salpica cerca de su labio inferior. No reprocha cuando sus guantes se rompen y sus manos entran en contacto con productos que resecan su piel. No maldice cuando sus medias se mojan al verter agua sobre los pisos. No gruñe cuando, gracias al cansancio, tropieza y cae. No reacciona al ver sus rodillas sangrar debido a las astillas. No suspira satisfecha cuando se pone de pie y observa su labor terminada. Tampoco se preocupa cuando se da cuenta de que el sol se ha puesto desde hace ya algunas horas.

Por el contrario; se sienta en el piso, observando el cubículo frente a ella, casi como retándolo a abrirse, y recuerda haber llamado a su puerta tres veces hace tanto tiempo que ya le parece que han pasado varios años. ¿Qué había pasado después de eso?

Observa sus dedos; están maltratados, tienen ampollas, se están despellejando y se le ha roto más de una uña. Aún así puede reconocer la juventud en ellos.

Déjàvu.

Mira atenta la sangre que ha empezado a secarse de su rodilla, quiere estar segura de que todo eso ha pasado antes y por mero impulso decide tomar un poco del remanente escarlata para marcar alguna parte del baño. Algo con que estar segura de que ya ha estado ahí antes.

Voltea a su lado izquierdo y cuando está por pintar la pared, se da cuenta de que ya casi toda la parte inferior del alféizar de la ventana está pintada del mismo escarlata con el que pretende dejar prueba de su estancia ahí.

Sabía que ya había estado ahí antes; pero no se imaginaba que fueran tantas.

Resignada cierra los ojos y rasga sus medias.

Si esto es un déjàvu, sabe que es lo que encontrará una vez sus ojos aterricen sobre su tobillo izquierdo.

Y así es. Una vez abre los ojos lo ve ahí.

Un sello de color negro con kanji en rojo.

Así que no estaba tan loca como creía.

Es solo hasta entonces que se permite llorar.

Llora y suplica, pide piedad y ayuda a quien sea, a quien esté ahí para escucharla. Aún así, algo dentro de ella le dice que el único que podría sacarla es el mismo que nunca lo hará.

"Incluso si lo hiciera, él no vendría. Nunca lo ha hecho."

Recuerda esas palabras llenas de tristeza y melancolía, ¿de quién las había escuchado?

"Nunca viene cuando lo llamo."

Y aún así no podía evitar seguir pidiendo ayuda, pero, ¿a quien se suponía que debía llamar? Había alguien a quien siempre llamaba... Lo sabe, sabe que hay alguien, pero ¿quién era?

Sus ojos empiezan a cerrarse, está cansada, muy cansada...

Un momento, ¡espabila!

Ya es tarde, es mejor que vaya a casa, de lo contrario sus padres se preocuparán y todavía no ha alimentado a su hámster.

Recoge los productos de limpieza que ha usado, sin entender muy bien porque estaba limpiando ese baño o porque estaba llorando. El picor del cloro empieza a molestar su nariz por lo que decide tratar de aguantar la respiración, al menos hasta que salga del sanitario.

Cojea un poco a la salida y mira de reojo por última vez hacia la ventana, le parece ver a alguien sentado en el alféizar conforme va alcanzando la perilla de la puerta; pero ya es tarde, tiene que apurarse.

Da un paso y el crepúsculo le da nuevamente la bienvenida a ese baño de paredes y pisos antiguos.   

One-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora