Lindo gatito.

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—¡Este maldito gato no deja de ponerme en ridículo frente a los demás exorcistas!

—¡Estoy segura de que pronto aprenderá a comportarse! Sólo necesita un poco más de entrenamiento...

—No, no es a lo que me refiero, princesa...

—¿Entonces?

El rubio se contuvo, no podía entrar en detalles sobre el pésimo comportamiento del endemoniado animal frente a su hermana menor.

—Tienes razón, trataré de que se comporte mejor. Será una linda sorpresa para cuando los abuelos vengan a visitarnos por navidad.

La menor de los Minamoto sonrió y salió a la calle para encontrarse con sus amigos del colegio.

Extenuado y drenado a nivel físico y psicológico, Teru Minamoto no tuvo reparo en dejarse caer sobre el sofá de su sala. Aparte de él y el estúpido gato que su hermana se había encontrado y adoptado, no había nadie más en casa. Volteó a observar al inmundo felino, descansaba despreocupado sobre el librero, su cola se meneaba al ritmo del minutero del reloj que colgaba adyacente.

¿Cómo podría deshacerse de él sin que su hermana sufriera por su pérdida?

Cerró los ojos por un momento, meditando y recordando desde el primer día que Tiara había llegado a casa con la bola de pelos entre sus brazos.

Era una tarde lluviosa de julio cuando la rubia arribó a casa empapada y pidiendo ayuda. Kou había sido el primero en asistirla, y él, tan cansado como estaba, sólo había estado escuchando desde su habitación todo el alboroto, a final de cuentas, no era como si un malvado espectro se hubiera colado a su morada, ¿cierto?

Al día siguiente, se terminó de enterar de lo sucedido la tarde pasada.

Su hermana menor se había topado con un gato callejero mientras iba de regreso a casa luego de haber estado jugando con sus amigos de la escuela, lo había rescatado de una caja de cartón que apenas y podía con el peso del minino que descansaba casi inerte sobre una de sus tapas.

De pelaje tan oscuro como la noche misma y ojos resplandecientes, aquel animalito solo necesito maullar débilmente para que la rubia detuviera el paso y fuera en su ayuda. Estaba delgado, escuálido, una de sus orejas parecía haber sido mordida, lleno de pulgas y demás parásitos, aunque su cola le indicaba a la infante que aún seguía con vida.

Lo tomó entre sus brazos y lo cubrió de la lluvia antes de emprender el camino a su hogar.

Su recuperación fue lenta, el veterinario lo había desparasitado, bañado, cortado sus uñas y revisado sus dientes. Todo en el felino era perfectamente normal, sólo el típico caso de abandono. Nada que un poco de cariño y cuidados no solucionara.

Y así había sido durante los siguientes días, semanas y meses.

Hasta que una noche, luego de haberse encargado de los sobrenaturales que acechaban las calles de Kamome, Teru regresó a casa y lo vio, o mejor dicho, fue sorprendido por aquel anímico sujeto de cabellera oscura y ojos ambarinos que lo había recibido, no tanto por su saludo, sino más bien por su falta de ropa. Tomando una pose de defensa, lo interrogó mientras apuntaba su espada hacia su cuello.

—Soy un bakeneko y como muestra de mi gratitud hacia tu familia es que he decidido convertirme en el guardián de esta casa. —Bajó la cabeza lo más que pudo.

—No necesitamos que una alimaña como tú nos proteja, como ya lo habrás notado somos exorcistas. —Escupió con asco.

—No planeaba protegerles de espectros, si no de los de su propia especie. Su poder espiritual no hace gran cosa contra la maldad propia del ser humano. —Concluyó, regresando a su posición.

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