1. La bruja Frederica

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Frederica caminaba por una carretera asfaltada que cruzaba en línea recta un desierto. En el cielo, colgaba un sol demasiado grande que lanzaba sus rayos poderosos a la bruja y, sin lugar a dudas, esta no hubiera resistido el calor sino fuera por el parasol que llevaba. De todas maneras, poco a poco estaba siendo afectada por la alta temperatura del desierto: la frente la tenía cubierta de sudor, sus pasos eran cada vez eran más arrastrados y tenía bastante sed. 

—¿Estás seguro de que hay una ciudad al final de la carretera, Boris? —preguntó Frederica.

Al principio, podría parecer que hablaba sola porque lo único que correteaba feliz a su lado era un perro de raza corgi. No obstante...

—Sí, seguro del todo. Todavía queda un rato, ¿crees que aguantarás o te dará un golpe de calor y te mueres? —contestó Boris, el perro.

—¡No puedo permitirme morirme aquí! —rugió Frederica.

En su mirada ardía, ya que tenía una misión importante que cumplir sí o sí. Ella había cruzado el mar para llegar a la isla de Caracola, enfrentándose a piratas desalmados, sádicos delfines e incluso un pulpo gigante. Por lo tanto, era imposible que aquel desierto de apariencia eterno la derrotase.

De pronto, en el horizonte surgió un letrero colorido que en el que ponía: KHOMER, TU LOCAL DE COMIDA RÁPIDA FAVORITO. Aquella era una cadena de locales que tenía un gran éxito no solo en Caracola, sino también en el resto de islas que plagaban el Archipiélago de las Mil Islas. Nada más verlo, una sonrisa grande como un mundo surgió en el rostro de la bruja.

—¿Has visto eso, Boris? ¡Estoy salvada! ¡Voy a comerme una hamburguesa, beberme una Sol-Cola, comerme una hamburguesa y hasta...!

Frederica se calló y cayó de su rostro la sonrisa, ya que en la puerta del local había un cártel que ponía: CERRADO PARA SIEMPRE JAMÁS. El lugar estaba abandonado desde hacía cuatro años y el motivo era el siguiente: el dueño se había dado cuenta de que había sido una idea estúpida el abrir el restaurante en medio del desierto, siendo como era un vampiro. Por si esto fuera poco, pronto se dio cuenta de que le tenía alergia a la arena.

—Mala suerte —le dijo Boris.

Por el tono de la voz, Frederica supo que el chucho sonreía por dentro.

—Cierra el hocico.

El perro lanzó un suspiro.

—Es normal que tengas mala suerte, Fredi. Vorgomoth está viniendo a por ti y, por lo que tengo entendido, la mala suerte es una de las siete señales de su llegada. ¿O eran ocho? 

—¿Mala suerte yo? ¡Olvídate! ¡Voy a entrar en el Khomer y me voy a preparar mi propia hamburguesa! —exclamó Frederica y cerró la mano sobre el pomo de la puerta. Nada más hacerlo, el edificio se derrumbó, quedando reducido a escombros —. No digas nada, Boris.

—No dije nada.

Lo que en aquellos momentos pensaba el perro era que, teniendo en cuenta el peligro que rodeaba a su compañera humana, lo más sensato sería alejarse de ella para evitar compartir el terrible futuro que, sin lugar a dudas, le esperaría.

No obstante, pese a tener inteligencia y capacidad para hablar, Boris seguía siendo un perro y, por eso mismo, la lealtad y el amor que sentía hacia Frederica era tan fuerte que no podía hacer otra cosa que permanecer a su lado, por muy mala que se pusiera la situación.

—Primero me echan del bus que va a la ciudad de Cassiria, después unos saqueadores de la arena me robaron la maleta en donde llevaba toda mi ropa y todo mi dinero. ¡Y ahora voy y me cargo este restaurante! Si vas a tener razón con eso de que la mala suerte —dijo Frederica, con la cabeza gacha.

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora