5. Helados, huidas y horrores

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Frederica, Mel y Boris se encontraba en una esquina concurrida de la ciudad, debajo del techo de lona de un puesto de helados de un vibrante color rojo, el cual contrastaba con el cielo azul limpio de nubes. Aquel pequeño negocio se llamaba El cremoso placer de Boris y los sabores que ofrecía eran fresa, limón, chocolate, naranja, pistacho... El vendedor cuidadosamente coronó el cucurucho de Mel con una bola de helado de color rojo brillante, mientras que Frederica saboreaba uno de limón, con una mirada distraída.

El dueño del puesto de helados se alzaba como una torre de músculos, su sonrisa se mantenía imperturbable y desafiante durante todo el acto de entregar helados y poseía unos ojos azules penetrantes, unos claros y bellos con el color del firmamento en el mediodía de una playa solitaria. Su cabello dorado caía en cascada sobre sus hombros, como si fuera una corona de oro para su arrogancia.

Por lo menos así lo veía Boris, el cual miraba con creciente preocupación como el vendedor de helados lanzaba miradas coquetas a Frederica, cuyos labios rosados y brillantes rodeaban el helado de forma tentadora. Por si fuera poco, aquel hombre también se llamaba Boris y eso lo hacía sentirse como si su propia identidad estuviera siendo desafiada. 

—¿Hay algún problema? —preguntó Boris el humano, notando la mirada de malas pulgas de Boris, el perro, quien contestó de la siguiente manera: 

—No, por ahora no. 

Frederica le contó a Mel todo sobre su aventura: desde que salió de la isla de la brujería hasta que llegó a Caracola. El problema que tenía no era uno pequeño, sino grande: Vorgomoth, un monstruo horrendo que viajaba a través del espacio para llegar a la tierra para acabar con su vida. El motivo era la venganza, ya que los antepasados de Frederica lo habían desterrado de la tierra, mandándolo bien lejos en las profundidades de las estrellas. 

—Te quiero ayudar —dijo Mel, dándole un mordisco a su bola de fresa.

Frederica la miró: la maga era una mujer desaliñada que no parecía preocuparse demasiado por su aspecto. Llevaba el cabello rojizo despeinado, una camiseta blanca que dejaba al descubierto una quemadura rojiza y cicatrizada que le cubría por completo el brazo izquierdo e incluso podía ver el pelo naciendo libre debajo de sus sobacos. Suspiró, no le inspiraba demasiada confianza. 

—Puedes acabar muerta, ¿lo entiendes, no? —le contestó, lamiendo su helado de limón.

Mel levantó el brazo quemado, dirigiéndolo contra el sol.

—Claro, no soy estúpida. Para que lo sepas, ya he vivido mis aventuras ¿y no piensas que es divertido? Mucho mejor que malvivir encerrada en un pueblo en el que nunca pasa nada. Por eso me vine aquí, para hacer que mi vida no sea tan aburrida, ¿quieres mi ayuda o qué?

—Por supuesto que la quiere —dijo Boris, el cual lamía un helado especial para canes que el Boris humano había dejado en el suelo en un cuenco, aunque no por eso aquel desagradable sujeto le iba a caer mejor —. Solo quiere que comprendas que esto no es un juego de niños y, en el caso de que fallezcas, no te conviertas en una fantasma para atormentarla durante lo que queda de vida.

Mel lanzó un resoplido despectivo. 

—Ya, si estoy muerta voy a tener mejores cosas que hacer que perder el tiempo con vosotros. ¿Te ayudo o no? —le espetó, con el gesto impulsivo e irritante que caracterizaba a esta mujer, características que no la hacían precisamente popular. Se decía a sí misma que eso no le importaba en absoluto, ¿aunque podía ser que fuera una mentira?

—Sí, no voy a negar ninguna ayuda. No quiero morir todavía, ¿sabes? Hay muchas cosas que quiero hacer —dijo Frederica pensativa y, al pensar en lo mucho que necesitaba la ayuda de gente, pensó en Gale —. Oye, el mago para el que realicé el trabajo de la escuela esa puede que nos preste una mano, ¿no? A ver, supongo que no le hará demasiada gracia que la ciudad donde curra quede destruida.

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora