3. La bola de fuego

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Nada más cerrarse la puerta del Cubo del Amor, la pelirroja se alejó lo más que pudo de Frederica hasta chocarse contra la pared de cristal. Se quedó mirando a la rubia, con una mirada de pura desconfianza, como si en vez de estar a mirando a una veinteañera, Frederica no fuera otra cosa que una monstrua dispuesta a devorarla. De todas maneras, la bruja únicamente mostraba interés en la puerta que acaba de cerrarse detrás de ella y, al intentar abrirla, no cedió ni un milímetro: estaban encerradas. 

—¡¿Qué piensas hacer conmigo?! —preguntó la chica pelirroja.

Frederica le contestó con tranquilidad:

—¿Contigo? Nada. Yo solo vine a la escuela para ver si están haciendo tramando algo malo.

Al escuchar esto, la pelirroja se relajó un poco y se colocó las gafas que se habían deslizado a lo largo de su pecosa nariz.

—Así que es eso, ¡pues está claro que hay juego sucio aquí! Lo que dijo esa idiota no tenía nada de sentido, ¿cómo puede ayudarte con la magia eso de andarte dándote besos con cualquiera?

Terminó la frase con una risa corta y un meneó de cabeza, como si fuera la idea más absurda del mundo.

—Oh, pero seguro que algo ayuda, ¿no se está más relajada después de besarte con alguien que te gusta? —preguntó Frederica, sonriente.

La pelirroja lanzó un bufido de gata y se apresuró a hablar con palabras atropelladas:

—¡Tonterías! Si fuera así, habría mucha más gente usando la magia. ¿Y cómo te llamas tú? Yo soy Mel.

—Me llamo Frederica, aunque me puedes llamar Fredi. Se ve que no le tienes demasiado aprecio a esta escuela, ¿no? ¿Qué te parece ayudarme a descubrir lo que hay de malo aquí? Me contrataron para averiguarlo y seguro que si me ayudas, acabamos antes con el asunto, ¿qué me dices, eh? ¿Te apuntas?

Mel la miró con suspicacia, ya que no se fiaba de esa persona. Desde siempre, había desconfiado de las personas desconocidas porque era imposible saber quiénes eran de verdad. Sí, en principio aquella bruja parecía simpática y no negaba que fuera guapa, ¿pero quién le decía que no podía ser un malvado mago que usaba pociones para cambiar su apariencia y que quería engatusarla para robarle el hígado para usarlo en sus pociones o algo por el estilo? No sería la primera vez que algo semejante hubiera pasado en algún lado, seguro. 

—Te contrataron, así que te van a pagar, ¿no? Si voy a ayudarte, también quiero dinero —dijo Mel, la cual se sorprendió, y molestó, cuando Frederica le contestó con una carcajada.

—¡Lo veo chungo! Mira, es que no me va a pagar con dinero. El mago que me contrató me va a dejar usar su biblioteca, nada más.

Mel entrecerró los ojos.

—Me estás tomando el pelo, ¿solo por unos libros? Sabes que en Cassiria hay bibliotecas públicas, ¿no?

—Ya, pero supongo que Gale tendrá libros que no se pueden encontrar en una biblioteca normal y corriente. ¿Me ayudas o no?

Mel le enseñó una gran sonrisa, una que recordaba a la de un lobo.

—Claro, pero a mí los libros me dan igual. Si te ayudo, tú me deberás un favor, ¿te parece bien?

—Claro, hoy por mí y mañana por ti. No hay problema —dijo la bruja y le enseñó la mano, la cual fue apretada con fuerza por Mel —. Lo primero que tenemos que hacer es salir de aquí, pero parece que la puerta está cerrada.

—¿Crees que con una bola de fuego serviría?

—No, nos abrasaríamos.

—Seguro que soy capaz de hacer que el cristal se derrite.

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora