2. La maga pelirroja

51 12 50
                                    

 Frederica y Boris caminaban a lo largo de un camino de guijarros que conducía a las puertas de la escuela de magia Rottenmagik, la cual se elevaba solitaria en la cima de una colina. El edificio era de aspecto antiguo, anticuado, anacrónico en aquella ciudad de color y felicidad, de una manera tal que encajaría bastante bien en una película de terror. Y de terror sería lo que en su interior se encontrarían Frederica y Boris, quien, feliz e ignorante por el momento preguntó lo siguiente: 

—He estado pensando en algo desde hace mucho tiempo, Fredi. ¿Tú crees que yo puedo aprender magia? 

La bruja giró la cabeza hacia un lado, pensativa. Luego asintió con la cabeza y dijo:

—Supongo que sí, ¿no? Tú también tienes alma, así que lo más seguro es que puedas utilizarla para hacer cosas mágicas. ¿Por qué quieres hacerlo? Si tú eres feliz con tres comidas al día y que te rasquen de vez en cuando, ¿no? 

El perro lanzó un bufido y negó con la cabeza, diciendo con una voz orgullosa:

—Fredi, no solo soy un perro, sino también soy tu espíritu familiar. ¡Quiero ser capaz de ayudarte en tu misión contra Vorgomoth! ¿No viste como no pude hacer nada contra el monstruo de las dunas?

Al recordar el semejante golpe que se había llevado, el perro lanzó un gemido lastimero. Uno podría pensar que, teniendo un cuerpo tan rechoncho como el de un corgi, Boris debería de haber acabado hecho papilla de can. Afortunadamente, por ser un familiar, él tenía un cuerpo bastante resistente al daño físico.

—¿Y piensas que en esta escuela te van a enseñar? No sé, si nosotros hemos venido aquí a destruirla —dijo Frederica, con tanta seguridad que dejó a Boris alarmado.

—¡¿Pero de qué estás hablando?! ¡No, hemos venido a ver si los de la escuela están utilizando artimañas para robarle los alumnos a Gale! ¡No te busques más problemas de los que ya tienes! Además, si le prendes fuego no voy a poder aprender magia.

Uno de los sueños de Boris era ser capaz de lanzar ladridos mágicos con el poder de derrotar a peligrosos enemigos, no era debido a que buscase la gloria ni tampoco el honor: lo que él realmente quería era proteger a Fredi. El perro caminaba con paso corto y alegre, con la confianza de que en aquella escuela serían capaces de enseñarle una magia semejante. Lo que no se esperaba era que, más pronto que tarde, sus fantasías e ilusiones serían pisadas y destruidas.

Alrededor de Frederica y Boris, caminando por el mismo sendero que conducía a las puertas del antiguo edificio escolar, había un grupo variopinto de alumnos y alumnas, los cuales sonreían, charlaban y reían entre bromas, cotilleos y conservaciones de toques ligeros.

Pronto, llegaron hasta la puerta en donde vigilaba un sujeto extraño: vestía con una armadura completa, a excepción del casco porque su cabeza estaba al descubierto. Su piel, en vez de rosada, era de color naranja y no tenía pelo, sino que le brotaban cuatro hojas de color verde que se caían largas hacia los lados. 

A Frederica el aspecto de tal sujeto le recordó a cierta cosa, aunque fue incapaz de decir de qué exactamente. Para finalizar el retrato, aquel individuo no humano contaba con dos grandes ojos caricaturescos y, de las mismas características, una gran boca amplia. Tal boca amplia se abrió en un grito tan agudo que cortó el murmullo de las conversaciones y los ojos se abrieron tanto que a punto estuvieron de salir disparados.

—¡¡No perros!! ¡¡A la Profesora no le gustan los perros!! ¡¡No perros!!

El furioso guardián de la puerta lo observaba como, si en vez de adorable can, fuera cucaracha despreciable. El sueño de convertirse en mago comenzó a agrietarse, pero Boris no se iba a dar por vencido sin luchar: él aprendería magia, aunque fuera lo último que hiciera. El perro se aclaró la garganta y dijo con voz orgullosa:

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora