4. La monstruosa Profesora

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—¡¡Bola de fuego!! —gritó Mel y de la mano quemada salió una llamarada que rodeó al caballero Dagoberto.

Este, sin dejarse acobardar, chilló corriendo, yendo directo a la bola de fuego como si fuera un enemigo al que pudiera derrotar a base de espadazos. Mel dio un paso atrás y una gota de sudor resbaló por su frente, ya que durante unos segundos se creyó que esa era una posibilidad. 

No obstante, las llamas envolvieron al valiente caballero y los gritos de valor se convirtieron en chillidos de dolor. Al desvanecerse las llamas, Dagoberto yacía en el suelo, de la armadura salía humo y las hojas de la cabeza estaba quemadas.

—Lo has matado —dijo Frederica y miró a Mel, esta sintió que en aquellos grandes ojos azules había reproche por lo que había hecho y, por mucho que lo odiase, hasta se sintió culpable. 

—Podía haber esquivado mi bola de fuego —se excusó la maga.

De pronto, la cabeza de Dagoberto salió de la armadura, dejando a la vista un cuerpo de unos cincuenta centímetros de largo y con la forma de una zanahoria, con brazos y piernas delgados como palos. Con unos ojos que destellaban rabia, observó a la pareja y, con una voz cargada de desprecio, declaró: 

—¡Puede que hayáis vencido este combate, villanas! ¡Pero flaca victoria será, ya que la Profesora es cien veces más fuertes que yo! ¡Lamentaréis haber nacido!

Nada más terminar de hablar, salió corriendo en dirección a la puerta del fondo del corredor y Mel levantó el brazo. Dudó entre lanzar otra bola de fuego o no, al final cerró la mano quemada: no le quedaba demasiado alma y no quería malgastarlo contra un enemigo débil, prefería reservarlo para la Profesora. 

—Bueno, tengo que confesar que tu magia no está del todo mal —dijo Frederica, Mel la miró con desconfianza, ya que, más que un halago, de ella se esperaba una burla —. Es decir, yo no sería capaz de hacer algo así.

—¿Y qué? Yo tampoco soy capaz de hacer lo que haces tú, cada uno tiene sus puntos fuertes y sus debilidades —dijo Mel, mirándose la mano quemada, abriéndola y cerrándola —. Venga, no perdamos más el tiempo aquí. Todavía nos queda enfrentarnos a la Profesora.

Frederica asintió la cabeza y caminaron hasta llegar al final del corredor. Allí había una puerta y Mel la empujó y, sin vacilar, entró en una sala redondeada en cuyo centró había un trono sobre el cual se encontraba la Profesora, desnuda. Del techo caían los tubos que se fusionaban en uno solo y caía sobre el estómago de la mujer: en él se abría una enorme boca que chupaba de la punta del tubo, con una gula insaciable.

—Ala, ¿ves eso? Se está bebiendo la magia, ¿pero para qué? —se preguntó Frederica.

—Dagoberto me avisó de vuestra llegada. ¿Por qué no estás en el Cubo del Amor, Frederica? —preguntó la Profesora, con una dulce sonrisa en el rostro, mientras acariciaba el tubo como si fuera una mascota peluda.

—¿Cómo sabes mi nombre? —dijo la bruja. 

—Vorgomoth me avisó de tu llegada —contestó la Profesora. 

—¡Son ellas, Profesora! ¡Son ellas las villanas que te quieren hacer daño! —gritó Dagoberto, que asomaba la cabeza desde detrás del trono blanco.

—Nadie me hará daño, no te preocupes. ¿Es cierto lo que me dijo él,  Frederica? ¿Tu misión es matarlo? —preguntó la Profesora. 

—Para matarlo —contestó la bruja, sin dudar ni un instante en decir la verdad. 

—No hace falta que se lo digas... —dijo Mel, mirando con desaire. 

—¿Para qué mentir? La Profesora ya sabe que lo quiero matar. No hace falta andarse con juegos. 

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora