15. Los muchachos que nunca fueron amados

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Melinda no le dio una respuesta directa a Frederica.

Aunque necesitaba el dinero y no quería ver destruida la ciudad en donde vivía, no se fiaba completamente de su antigua compañera. Por lo menos, no de aquella nueva versión desgarbada y alcoholizada, que fumaba cigarrillos como si fueran caramelos. No, había decidido tratarla como si fuera una persona desconocida y, por ese mismo motivo, decidió ponerse en contacto con Veri para ver si la historia era de verdad.

Al llegar a su casa, silbó para llamar a su gata que se llamaba Chispas: era atigrada, perezosa y orgullosa. Tanto se te podía cruzar entre las piernas ronroneando como arañarte con la furia de una amante engañada. Fuera como fuera, siempre que llegaba a casa, Chispas venía a recibirla, recibiéndola con una mirada desdeñosa en el rostro. 

No obstante, en aquella ocasión la gata no apareció. Si bien era cierto que la animal podía salir a la calle cuando quisiera, también lo era que a aquellas horas ya había terminado sus aventuras nocturnas. La maga camarera se olió algo iba mal y apretó la mano sana, preparada para lanzar una bola de fuego. Era posible que aquello terminase con su casa consumida por las llamas, pero era peor que unos ladrones la subestimasen y creyeran que era una mujer débil e indefensa. 

Al entrar en el salón...

—Buenas noches, señorita Forte —dijo una voz melosa, desde la oscuridad.

Melinda levantó la mano e hizo nacer las llamas, descubriendo una figura que se encontraba en un sillón con Chispas en el regazo. La traidora la miraba con desprecio, prefiriendo el intruso a su verdadera ama. La maga no se sintió herida, ya que se había esperado esto de la gata e incluso más.

—¿Quién eres? —preguntó Mel. 

—Mi nombre no importa, lo único que importa es Vaxalor. Sabes quién es, ¿no?

Mel lanzó un profundo suspiro, dándose cuenta de que Frederica le había contado la verdad. Aquel enemigo la miraba con una sonrisa en la cara, confiado que iba a tener éxito en su intento de intimidarla. El hombre tenía la cabeza rapada, vestía con una camisa de manga corta ajustada y con tirantes, además de unos pantalones vaqueros y unas botas militares. 

—Vaxalor está muerto —declaró Mel. 

El hombre sonrió. 

—Bien sabes que no. Él regresará de entre los muertos, ¿lo entiendes? Sabemos que esa asquerosa ángel tiene un plan para derrotar a nuestro amo. ¿Abdón es el nombre, no? Vamos a matarlo, así nada ni nada podrá impedir que regrese de entre los muertos. 

—¿Para qué querría ayudarte? Me gusta esta ciudad.

El hombre estalló en carcajadas. 

—Eres más imbécil de lo que pareces. ¿Tú te crees que Vaxalor quiere destruir esta ciudad? No, tú deberías saber que solo lo hizo para intentar impresionar a la maldita ángel. ¿Y qué hizo ella cuando lo descubrió? Matarlo, sin tener en cuenta sus sentimientos. ¡Matarlo! ¿Te parece justo? Ella dice que habla en nombre del Amor y lo único que se le ocurre hacer con su novio es matarlo. Vaxalor se puso en contacto con nosotros, nos dijo que teníamos que ayudarlo para evitar que esa zorra impidiera que resucitase y te juro que lo haremos, aunque tengamos que matar. 

—¿Nosotros? ¿Cuántos sois exactamente?

—Muchos. Somos como los oprimidos de esta sociedad, aquellos que se sienten marginados y desplazados, viviendo en las sombras mientras la luz nos es enemiga. Nosotros, como tú, Mel, hemos sido objeto de burlas y desprecio por nuestras aficiones, nuestra apariencia y nuestros sueños. Nos hemos sentido rechazados por todos, sin amigos y sin encontrar nuestro lugar en el mundo. Esos sentimientos de soledad y exclusión nos han llevado a buscar un propósito, una causa que nos una y nos dé sentido a nuestras vidas. Y así, Vaxalor se puso en contacto con nosotros para que lo ayudemos a resucitar. Creemos que al hacerlo, nos convertiremos en algo más grande que nosotros mismos, en algo poderoso y temido, y finalmente, obtendremos la atención y el respeto que tanto anhelamos. Es un camino peligroso que hemos decidido seguir, inspirados por nuestra rabia y frustración. Nos sentimos impotentes, pero queremos demostrar que somos capaces de hacer temblar los cimientos de esta sociedad que nos ha despreciado. Así que, Mel, te pregunto nuevamente, ¿no me vas a decir dónde está Abdón? Para nosotros, encontrarlo es más que un objetivo, es una forma de sentirnos empoderados y vengados ante aquellos que nos han menospreciado. Pero esta vez, ya no seremos los que se ocultan en las sombras, sino los que emergerán con fuerza y determinación para cambiar el curso de nuestras vidas —dijo el hombre. 

—¿Por qué no lo buscáis vosotros mismos? Tampoco es que sea ningún secreto —dijo con desgana Melinda. 

Abría y cerraba la mano, dispuesta a lanzar una bola de fuego. Aquel monólogo que el hombre le había lanzado le irritó bastante. Para ella, aquel sujeto no era nada más que un llorón que le echaba la culpa de sus problemas a todo el mundo, menos a él mismo. El enemigo se levantó del sillón y Chispas saltó de su regazo, lanzándole una mirada airada.

—Tú eres igual que las demás, una superficial de mierda que no es capaz de ver lo que nosotros valemos. Me alegro que te niegues, disfrutaré sacándote la información a la fuerza. 

—¿A la fuerza? —preguntó Melinda —. ¿Sabes que puedo lanzar bolas de fuego por las manos, no?

El hombre desenfundó una espada, brilló peligrosamente en el piso de la maga.

—Lo sé, pero yo soy un maestro de la espada samuray. Esta se llama el Beso de la Muerte. Sé que necesitarás un mínimo de un segundo y medio para lanzar una bola de fuego y nos encontramos a dos metros de distancia.

—¿Y qué?

Al escuchar esta pregunta, el hombre estalló en carcajadas. El hombre con la catana sonrió con una chulería evidente mientras miraba a la mujer de fuego frente a él. Su arrogancia desafiante se reflejaba en sus ojos mientras se preparaba para hablar con una seguridad implacable

—¿Sabes, cariño? Hay una regla que siempre da una ventaja en situaciones como esta —dijo, balanceando su espada con destreza —. Es la regla Tueller, aunque a mí me gusta llamarla 'la regla del danzarín del acero'. 

Melinda lo miró con frialdad. 

—¿De qué me estás hablando?

El hombre rio, disfrutando del juego de palabras que estaba a punto de desatar.

—Muy bien, lo explico para que lo entiendas. La regla Tueller dice que, desde una distancia de seis metros y medio, un hombre como yo, hábil con la espada samuray, podría alcanzar a un objetivo antes de que ese objetivo pueda lanzar un hechizo de fuego. Y estamos a dos metros de distancia, por lo cual estás perdida, muñeca.

Melinda frunció el ceño, considerando la información.

—Eso es una tontería, estoy seguro de que puedo lanzar una bola de fuego antes de que des con tu espada.

—Oh, tú te crees muy habilidosa, ¿no? —dijo el hombre, moviéndose con gracia felina mientras sostenía su catana en una posición amenazante —. Es una cuestión de habilidad y velocidad. En el tiempo que tú necesitas concentrarte y lanzar tu bola de fuego, ya estarás bañada en el brillo del acero. Sueltas tus oraciones, perra, porque hoy vas a conocer a tu creador. 

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora