9. La llegada de Vorgomoth

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 Al cabo de cuatro horas, la mano bajó por fin desde los cielos y sobre la palma abierta estaba sentada Vorgomoth. Al verlo, Frederica se llevó una gran sorpresa porque no se parecía en nada a cómo se lo había imaginado. 

En vez de un monstruo deforme, había una mujer de una belleza bastante grande y con una altura impresionante. Su rostro era simétrico y de rasgos perfectos, con unos labios carnosos y una nariz recta. Además, su imponente figura medía al menos dos metros de altura, con piernas largas y voluptuosas. Aunque su belleza era evidente a simple vista, no podía dejar de sentirse algo inquieto ante su extraña apariencia, que parecía desafiar todas las leyes de la biología humana. Donde más se notaba era en su rostro, ya que por encima de los ojos había otro par y eran como dos lunas brillantes en una noche oscura. Además, cuando abrió la boca en una gran sonrisa, reveló unos dientes afilados como cuchillas que parecían dispuestos a devorar todo a su paso

Nada más verla, los cuatro sectarios se postraron en el pueblo, temblando de la emoción de encontrarse ante Vorgomoth, la cual hacía mucho tiempo que deseaban verla. No obstante, la hermosa monstrua solo tenía mirada para Frederica, quien sudaba copiosamente. Por su mente, intentaba maneras de usar su magia para enfrentarse por ella, pero eran ideas ya nacidas del fracaso: solo con verla, era capaz de ver la gran cantidad de alma que tenía. La única victoria posible era utilizar el puñal, pero la idea de morirse se le antojaba un poco desagradable.

—Vorgomoth, por fin nos encontramos —dijo Frederica.

Una expresión confusa surgió en el rostro de su archienemiga. 

—¿Eh? ¿Cómo, quién es...? ¡Ah, vale! Jo, es el nombre que me pusieron tus antepasados, ¿no? ¡Qué mal, es muy feo! A ver, ¿a ti te parece que va conmigo, con lo guapa que soy, eh? —le preguntó, exhibiendo una gran sonrisa.

—¡Bola de fuego! —gritó Mel y de su brazo quemado salió el hechizo que se desvaneció incluso antes de atacar a Vorgomoth.

La supuesta monstrua no hizo ninguna mención al ataque, ya que con lo fuerte que era ni siquiera lo había visto como una amenaza. Era como si una mosca se posase en tu brazo, utilizando todo su poder para intentar matarte.

—¿No te llamas Vorgomoth? —le preguntó Frederica.

—¡Ay, no, boba! ¿Cómo me voy a llamar así? A ver, es un nombre feo. Soy Verimeth, pero puedes llamarme Veri. Además, no soy ningún monstruo, ¡qué mala fama tengo! Soy un ángel, ¿no se nota? —preguntó y levantó los brazos al cielo, para que todos y todas pudieran apreciar la bella composición de su cuerpo.

—¿Un qué...? —murmuró Frederica.

—Te explicó la situación, que se te ve demasiado confusa. Mira, tus antepasados me desterraron, ¡pero no porque fuera una monstrua que quisiera controlarlos! ¡Qué va, qué va! Es que yo cree en la isla de la brujería como un grupo basado en el amor y cosas chulas así, ¿entiendes? Y había un mago allí que se llamaba, ¿cómo era? ¿Alberto? ¿Alarico? ¡Huy, no me sale ahora! Ah, Arévalo, ¡así se llamaba! A ver, a él no le gustaba nada de nada lo que yo hacía, eso del amor y el buen rollo, así que decidieron enviarme muy lejos en el espacio, ¿no es malo? Me pongo enferma solo de pensarlo, oye —dijo Veri, haciendo pucheros y provocando que tres de los sectarios estallasen en lloros continuos. Menos la Gran Ana, que se fumaba un puro. 

—¿Amor dices? ¿Entonces no piensas destruir Cassiria? —preguntó Frederica.

Veri negó con la cabeza, luciendo una enorme sonrisa.

—¿Acabar con esta maravillosa ciudad? ¡Ni de broma, que aquí todos son felices y aman, bailan y ríen y hacen muy bien el amor, que desde el espacio una puede ver esas cositas! No, no, que me gusta mucho muchísimo esta ciudad. ¡Aquí quería llegar yo! ¡Menuda causalidad que tú también estés aquí! No, no es ninguna causalidad. Hay gente de la mía en la isla de la brujería y esa gente metió la idea de que tenías que venir aquí —explicó Veri.

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora