20. El enfrentamiento final

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Frederica aparcó el coche delante del Templo del Amor. Este se alzaba majestuoso en medio de la temprana noche, una estructura que parecía surgida de un sueño. A pesar de ser llamado templo, la construcción contaba con una apariencia más semejante a la de un castillo encantado. Su color era rosa, lo cual encajaba perfectamente con la ecléctica ciudad, y los detalles arquitectónicos incidían en el tono ameno y lúdico del castillo. Como, por ejemplo, las ventanas en forma de corazón se recortaban en las paredes, permitiendo que la luz del sol filtrara un resplandor cálido en el interior. 

Nada más salir del coche, Gale miró a su alrededor, agarrando con fuerza el bastón de mago. Lanzó un resoplido decepcionado al darse cuenta de que no había absolutamente nadie en las inmediaciones: ni viandantes ni turistas ni miembros del Templo del Amor y, lo que era peor, tampoco había ningún enemigo. 

—¿Dónde están los del séquito? No tiene sentido que no estén, si ellos quieren parar a Verimeth ¿No debería de estar aquí para intentar matarla? —preguntó el viejo mago. 

—Es una ángel, ¿crees que es fácil hacerlo? —contestó Frederica. 

—¡Como si no supiera eso! Dije intentarlo, no lograrlo —ladró Gale. 

Para ser sinceros, la bruja también se encontraba un poco decepcionado por lo vacío que se encontraba los jardines que antecedían al templo, ya que se moría de ganas de usar aquella espada de magia que le había prestado Gale. .

—¿Estás preparado? —preguntó Mel a Abdón. 

El gran hombre asintió con la cabeza, en las manos portaba el Yelmo de Asterión. 

—Sí, pero no voy a utilizar este artefacto mágico.

Gale entrecerró los ojos.

—¿No confías en su magia o que? Seguro, tú eres uno de esos aventureros de la vieja escuela, seguro que le tienes manía.

Abdón negó con la cabeza.

—No, solo pensé que quedaría ridículo hacer el amor con esta cosa puesta. Confiaré en mi mismo y malo será —comentó y, con cuidado, dejó el artefacto mágico en el asiento trasero del coche de Frederica. 

—Vaya estupidez —murmuró entre dientes Gale. 

—Bueno, me voy que tengo que ir —dijo Abdón y, agitando la mano en gesto de despedida, avanzó hacia el oscuro interior del Templo del Amor, sumiéndose en sus sombras como si hubiera sido engullido por la misma noche. Un crujido ominoso resonó en el aire cuando la puerta se cerró detrás de él, como un eco siniestro de su partida.

El silencio era profundo y perturbador, interrumpido solo por el eco de sus propios latidos en la noche recién desplegada. Las luces de la ciudad se desvanecían en la distancia, sumidas en la penumbra que se cernía sobre los jardines delanteros del castillo rosa.

La niebla comenzaba a deslizarse sobre la tierra como un espectro errante, extendiendo sus garras invisibles sobre el paisaje. Los jardines, una vez radiantes y llenos de vida, ahora se transformaban en un escenario misterioso y amenazante. Las flores, antes vibrantes y coloridas, se desvanecían en la penumbra, sus formas apenas discernibles entre las sombras.

Los senderos de piedra, que en otras ocasiones habían guiado a los visitantes con gracia, ahora se desdibujaban en la niebla, pareciendo llevar a lugares desconocidos y oscuros. Los árboles, erguidos como guardianes silenciosos, parecían susurrar secretos inquietantes mientras la brisa nocturna agitaba sus ramas esqueléticas.

En ese ambiente inquietante, el Frederica, Mel y Gale se mantenían inmóviles, envuelto en una sensación de inminente peligro. La llegada de Vaxalor se cernía como una sombra ominosa sobre el horizonte, y los jardines, que alguna vez habían sido un lugar de belleza y encanto, ahora parecían el preludio de un evento siniestro y desconocido.

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora