17. Abdón

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La sacristía era un recinto tranquilo y sereno, ubicado en un rincón apartado de la iglesia principal. Al entrar, Frederica y Mel se encontraron con una atmósfera de calma y espiritualidad, envuelta en una penumbra suave y acogedora. Las paredes estaban adornadas con crucifijos, cuadros religiosos y velas encendidas que proyectaban destellos dorados en las superficies. El aroma del incienso impregnaba el aire.

El mobiliario era sencillo pero elegante. Un altar de madera pulida ocupaba el centro de la sacristía, donde descansaba un crucifijo de marfil tallado con meticuloso detalle. A su alrededor, había estantes repletos de objetos sagrados, como cálices, candelabros y relicarios, cuidadosamente ordenados y dispuestos.

Una mesa rectangular, cubierta con un mantel de encaje blanco, ofrecía un espacio para la reunión. Sobre ella, un par de biblias y diversos libros religiosos estaban dispuestos prolijamente. Un cáliz de plata relucía a la luz de las velas, listo para ser utilizado en cualquier ceremonia religiosa. Los rayos de sol se filtraban a través de pequeñas vidrieras coloridas, pintando suaves reflejos de luz en el suelo de piedra pulida. Un banco de madera tallada, situado cerca de la puerta, invitaba a la reflexión y a la oración silenciosa.

—¿Has escuchado hablar de nuestro dios Jesucristo? —preguntó Abdón.

—Un poco —dijo Frederica. 

Abdón se acercó a un cuadro que representaba a Jesús. Él no parecía ser un dios, sino una persona cualquiera, de los miles que paseaban por las calles de la cualquier ciudad. Frederica se fijó en su rostro barbudo, descubriendo en él una sonrisa genuina y una mirada cálida. Eso, conjugado con la manera en que levantaba los brazos, como en el gesto previo de dar un abrazo, le proporcionaba un sentimiento de cercanía. 

—Y no estamos aquí para hablar de teología —dijo Mel, con una expresión hastiada en el rostro, seguramente producida por el favor que le tenía que pedir a Abdón —. ¿Conoces a Verimeth?

Una sonrisa iluminó el rostro de Abdón.

—Por supuesto, sé quién es ella: la cabeza del Templo del Amor. Desafortunadamente, no la conozco personalmente. Aunque no sé si debería, no me considero digno de estar en frente de una ángel de verdad. A fin de cuentas, solo soy un hombre de carne y hueso. 

Frederica se mordió el labio inferior. Si no se consideraba digno de estar en su presencia, ¿cómo iba a acceder a acostarse con ella? No, era imposible que se negase, ya que si lo hacía Cassiria sería total y absolutamente destruida. 

—No sé si lo sabéis, chicas. Los ángeles fueron la primera creación del antiguo dios Yahvé. Al contrario que nosotros, ellos no tenían libre albedrío y debían obedecer todas y cada una de las órdenes de su creador. No obstante, uno de ellos se atrevió a rebelarse. Su nombre era Lucifer y su rebelión terminó en fracaso. De todas maneras, Jesucristo logró acabar con el reinado de Yahvé y... 

Mel se apresuró a interrumpirlo. 

—No estamos aquí para hablar de nada de eso, ¿vale? Perdona mi impaciencia, pero de lo que te estamos hablando es muy pero que muy importante. ¿Se lo cuentas tú, Fred?

La bruja dio un respingo, nadie le llamaba de esa manera excepto Mel y, después de cómo habían acabado, no creía que fueran a hacerlo una vez más. De todas maneras, lo peor es que la muy idiota le había lanzado la patata caliente y ahora tenía que explicarle al cura que debía de acostarse con la ángel. 

—¿Conoces a Vaxalor? —preguntó Frederica. 

Abdón asintió con la cabeza.

—Melinda me contó lo sucedido. Tú estuviste con ella cuando fue derrotado, ¿no? Te doy las gracias, Frederica. A pesar de que nadie es consciente, a mi entender vosotras dos sois unas verdaderas heroínas —. Frederica lanzó un resoplido, ella no se consideraba una y, en realidad, no quería serlo —. He de decir, chicas, que me alegro mucho de veros juntas de nuevo. Cuando rompisteis, Mel vino a verme y confieso que nunca la vi de esa manera. No dejaba de llorar como si fuera una... 

—¡No era eso de lo que hemos venido a hablar! —chilló Mel, con la cara completamente roja. 

Frederica se tragó las ganas de realizar cualquier tipo de comentario, ya que era bien consciente de la vergüenza que estaba sintiendo en aquellos momentos su antigua novia. 

—Volvamos al tema de Vaxalor —dijo la bruja, ganándose una mirada de agradecimiento de Mel —. Es cierto que lo derrotamos una vez, pero no hicimos demasiado bien el trabajo porque él va a resucitar. 

—¿Cómo? —preguntó Abdón.

Frederica se pasó la mano por el cabello corto. 

—Ayer mismo me visitó Veri para decírmelo. Su alma no fue destruida la última vez y hay unos tipos que quieren resucitarlo. Resumiendo, si no hacemos algo al respecto, ese monstruo regresará de entre los muertos y convertirá la ciudad en un cráter humeante.

Abdón palideció y frunció los labios. 

—Ahora lo entiendo, antes yo era un aventurero. Uno bastante bueno, he de decir. Así que seguramente Melinda pensó que os podría ayudar a derrocar a Valaxor. Mucho temo que los días de violencia han quedado atrás. Sea como sea, soy incapaz de coger de nuevo una espada y enfrentarme al mal usando la violencia, ¿entendéis? Ahora soy un hombre de paz.

Una sonrisa nerviosa surgió en el rostro de Mel.

—Bueno... No queremos que cojas la espada, de ninguna manera.

—Si estamos aquí es debido a que Veri nos pidió tu ayuda y nada que ver con la violencia, créenos —añadió Frederica y miró a Mel. 

Esperaba de todo corazón que fuera ella quien le confesara la verdadera, y sensual, naturaleza de la ayuda que esperaban de Abdón. No obstante, Mel permanecía en un silencio inquebrantable. 

El rostro de Abdón volvió a iluminarse.

—¿Me estáis diciendo que Verimeth me conoce? ¡Es todo un honor! No me esperaba que una ángel fuera consciente de que alguien como yo existiera. ¿Y qué quiere de mí? ¿Cómo podría ayudar a vencer a Vaxalor? ¿Rezando?

Las dos mujeres se quedaron en un prolongado silencio, esperando que fuera la otra quien hablase. Al final, Frederica perdió y fue quien habló. 

—Básicamente, Verimeth necesita energía para derrotar al espíritu de Vaxalor. Ahora mismo no tiene la suficiente, así que necesita ayuda. Ahí es donde entras tú... A ver cómo lo explico... —murmuró Frederica, colocando un dedo sobre el mentón. 

—Ella es una ángel del amor. Así que necesita el amor, ¿entiendes? Hacer el amor. Tú con ella —dijo con rapidez Mel. 

La sonrisa de Abdón se destrozó y su cara toda roja se volvió. 

—¿Me estás tomando el pelo? ¡Es imposible que ella, siendo como es una ángel, pida semejante cosa! Os lo dije, los ángeles son la primera creación del antiguo dios y, sin lugar a dudas, son incapaces de tener... hacer el amor. ¿Esta es tu idea de una broma? —preguntó, mirando fríamente a Mel.

—No es una broma, es la verdad. Y si no te acuestas con ellas, Vaxalor destruirá la ciudad, ¿vale? Tampoco creo que sea para tanto... —dijo la pelirroja, frotándose el brazo quemado y evitando mirar a Abdón a la cara. 

El cura apretó los dientes y convirtió las manos en puño, una vena palpitaba furiosa en su frente.

—¡Iros de aquí! ¡No quiero escuchar más como mancilláis el nombre de Verimeth! ¡Iros de inmediato! —gritó, señalando la puerta de salida de la sacristía. La mano le temblaba, con violencia y ofuscación.

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora