11. Un año después

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El despacho de Frederica se sumía en un estado de desinterés y abandono que parecía impregnar cada rincón de la habitación. El escritorio, cubierto por montones de papeles descuidadamente apilados, reflejaba el caos interno que la rodeaba. Una botella de whisky, ya medio vacía, reposaba solitaria en un rincón, como testigo mudo de las solitarias noches de trabajo y, junto a él, un cenicero plagado de colillas. La luz que se filtraba a través de la persiana medio cerrada, arrojando débiles rayos que apenas lograban iluminar la oscuridad. En ese ambiente opresivo, una fragancia mezclada de tabaco, alcohol y sudor flotaba en el aire.

Frederica se pasó la mano por la cabeza, que ya había recuperado el cabello. No lo llevaba largo y reluciente, tal y como lo había hecho antaño, sino que lo tenía corto. La razón era simple: no contaba con las fuerzas necesarias para cuidar de su cabellera tal y como lo hacía en el pasado.  Fumaba mientras observaba el ventilador del techo, dando vueltas y vueltas, amargada e incapaz de sacudirse de encima ese sentimiento pegajoso. 

Había conseguido que su negocio de Bruja a Domicilio triunfase y contaba con casos suficientes como para vivir sin preocupaciones. No obstante, el descontento reinaba en su interior y era inconsolable. Se levantó para ir al mueble bar y servirse una copa de whisky y, dando un largo trago, recordó el día en que había llegado a la ciudad. A pesar de que no tener nada más que la ropa que llevaba puesta y la compañía de Boris, en aquellos lejanos momentos se sentía feliz, con energías y expectativas de futuro. 

—¿Y ahora qué? Tengo dinero, tengo un negocio, tengo... —Se quedó callada, bebiendo unos sorbos de la botella y sintiendo el desánimo en su interior. 

Cassiria había perdido su encanto inicial, así como su negocio de Bruja a Domicilio. Donde antes había un gran entusiasmo por cada nuevo acaso, ahora recibía cada uno de ellos con bostezos y la idea de resolverlos lo más rápido posible.

Más de una vez al día, fantaseaba sobre la idea de marcharse de una vez por todas de la ciudad, pero para conseguirlo necesitaba reunir una gran cantidad de dinero. Para montar definitivamente el negocio, le había pedido prestado dinero a Vittorio "El Diablo Dorado" Martino. 

No le cabía la menor duda que si se marchaba de la ciudad sin pagar la deuda, Vittorio se lo tomaría como que estaba intentando huir de él. Con lo cual, era bastante posible que Frederica terminase con la cabeza agujereada por un disparo. 

Llamaron a la puerta, Felicia ofreció una sonrisa vacilante a Frederica. Era una mujer baja y con una figura algo robusta, lo que le daba una presencia acogedora. Llevaba el cabello, de color castaño, en un sencillo moño, y sus grandes ojos de avellana reflejaban una timidez innata. 

—Hay una clienta, pero es que no tiene cita, ¿la dejo pasar?

—¿Por qué no? —contestó Frederica. 

Al momento, entró en el despacho una mujer de una sensualidad desbordante, de una estatura tal que tuvo que bajar la cabeza para no golpearse contra el dintel de la puerta. Ella contaba con una sensualidad desbordante y su atuendo de color rosa, una oda a la extravagancia, parecía desafiar las leyes de la moda con su manga inexistente y un escote provocador que descendía atrevidamente hasta el cinturón, revelando con confianza el sugerente relieve de su ombligo y la exquisita curvatura de sus generosos senos.

Cada paso que daba, dejaba al descubierto unas piernas infinitamente tentadoras, la extensión de sus pantalones cortísimos invitaba a admirar unas piernas voluptuosas, que hipnotizaban a quienes se atrevían a cruzar su mirada con aquellas curvas seductoras. Su rostro, oculto tras un sombrero adornado con numerosas rosas, se volvía un misterio que solo aumentaba su atractivo. Como una obra de arte viviente, parecía ser una maceta de la que brotaban flores que enmarcaban una belleza enigmática-

Bruja a Domicilio (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora