Eduardo había pasado la noche trabajando en la discoteca, y cuando el sol iluminó la ciudad con su rayos, se fue a la universidad más decidido que nunca en hacerle una proposición a Indira. Mientras conducía, le daba vueltas al asunto y más de una vez se quedó mirando la luz verde del semáforo, absorto del significado de esta, y era el sonido de los cláxones de los autos de atrás los que le hacían volver a pisar el acelerador para llegar al campus universitario.
—Es posible que me diga que no y me deje de tratar —se dijo para sí y cogió su bolso del asiento trasero—. Nada le obliga a que me diga que sí —reflexionó mientras bajó del auto y caminaba hacia la feria—. Además, no es algo muy decente lo que quiero, pero no creo que sea la primera vez que alguien se lo pida... Espero que no sea la primera vez que alguien se lo pida —murmuró.
Caminó hasta llegar a una de las cafeterías de la feria y vio a la rubiecilla desayunando con uno de los profesores, específicamente con el de matemáticas. Eduardo bufó y apretó los puños por no poder hablar con ella en el momento, le embargó el enojo de manera violenta al verla ocupada, así que a regañadientes compró su acostumbrado café negro y se dirigió hacia una solitaria mesa que yacía casi al final del recinto.
Antes de la clase, Eduardo ya se encontraba en el salón, más calmado y centrado en lo que diría. Y esperó a que Indira llegara, con sus pasitos algo cortos y saltarines para sorprenderla en la entrada. Se le atravesó en el marco de la puerta y la muchacha dio un brinco, Eduardo casi perdió la compostura y simuló bien su seriedad.
—¡Dios mío! ¡Eduardo! —chilló ella.
—Estaba esperándote, necesito hablar contigo —soltó, sin ningún tipo de preparación para ella.
La chiquilla palideció y sus hombros bajaron tanto que su mochila se deslizó hasta el suelo. Se apresuró en recogerla y siguió su camino hasta su puesto usual, cerca de la ventana.
—¿Qué pasó? Me estás asustando...
Eduardo cogió su mochila y se sentó al lado de ella, acercó la silla para crear un espacio más íntimo —e intimidante— y casi la arrinconó hacia la ventana, dejándole nulas maneras de escapar.
—Lo que quiero preguntarte es... Es delicado —explicó Eduardo y no se sintió seguro al emplear esa palabra—, pero entenderé si tu respuesta es negativa.
—A ver, qué será.
—Quiero que sepas que hay dinero de por medio y por eso te puede interesar.
Indira mermó toda emoción de curiosidad infantil al escuchar aquello, y su ceño se arrugó, y sus ojos lucieron más profundos con esa mirada gélida que proyectó, consecuencia de esas extrañas declaraciones que Eduardo le daba.
—¿Qué intentas decir? —soltó, seria y tomando una postura más rígida y distante de él.
—No pienses mal. ¿Okey? —pidió él, como si decir eso fuese a calmar la incertidumbre de la muchacha.
—¡Ed-Eduardo! ¿Qué me quieres decir? —masculló mientras sacudía su cabeza y sus manos, queriendo entender la situación.
—¿Quieres hacer mis trabajos? Te pagaré, a eso me refiero.
Indira aligeró su temple y con ello sus hombros se relajaron, esbozó una sonrisa de condescendencia y Eduardo la imitó.
—Yo hago tus deberes y tú me pagas por ello. Suena fácil y no me caería mal ese dinero —reflexionó y asintió con un ademán de su boca, como trompita de elefante—. Okey, sí va.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Qué tal... Treinta mil por trabajo? Y las maquetas en cincuenta —ofreció Eduardo, y ella le hizo mala cara.
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Dos Corazones
RandomIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...