Siete y veintidós de la mañana.
Eduardo maltrataba el concreto con su altiva pisada y salió del auto mirando a todas partes con un pretencioso desdén que le gustaba proyectarlo como seguridad y superioridad. Desde sus ojos, todos eran más bajos, más escuálidos y poco agraciados. No entendía como muchos, que lo miraban casi a diario, se deslumbraban ante su presencia, y aún así lo detestaba y le fascinaba. Adoraba sentirse observado y ocupar parte de la mente de esos vástagos de la mediocridad.
Caminó por la feria como si flotara entre todo el conglomerado estudiantil, y sin hacer filas ni esperas, compró su amargo café negro y se retiró hacia la mesa más lejana de dicho recinto, obviando los comentarios de protesta a sus espaldas. Bebió con la mirada perdida en las diferentes entradas del lugar, esperando a que esa persona tan diferente al resto le cambiara la mañana con solo decirle Buenos días, Ed.
Eduardo solía despreciar a cualquiera que se le dirigiera con inusitada confianza, como si el hecho de verlo todos los días les otorgara derecho de tratarlo como un viejo amigo. Él no tenía amigos, y menos en esa universidad donde se hallaba ajeno a todo. Donde la única persona que lo había hecho sentirse común, con todas sus particularidades, ahora lo había friendzoneado.
Se vio tentado a coger el celular y textearle de esa manera tan desesperante y atractiva a la vez. Estaba consciente que la tensión existía entre esa rubia y él, que aumentaba conforme le demostraba que sus días podían ser los mismos o mejores que cuando ella le trataba más seguido, y es que desde aquel interesante fin de semana en donde desfogó su deseo de verse idolatrado y celado con aquel par de despampanantes bailarinas, no supo más de la curiosa rubia.
Salvo uno que otro mensaje de Hola, ya tengo tu informe hecho y él, respondiendo con sus cortantes Ok, no había existido ningún otro contacto más profundo y significativo que miradas inquisitivas u odiosas de parte de ambos. Estaba sangrando por la herida. Sin embargo, Eduardo era demasiado orgulloso para mostrarse dolido ante la ausencia de esa interesante muchacha, y prefería dar una cara más... Bueno, el rubio no es que fuese muy diferente al resto, pero se esforzaba en hacerlo creer. Entonces ese agudo vértice de su altanera personalidad, le recubría entero de espinas y poco dejaba que la cercanía de otros le rondaran. Pero así era feliz. O lo intentaba.
Suficiente era el tiempo que malgastaba en ensoñaciones, y se desconocía a sí mismo al verse tan inmerso en esos mundos oníricos que, cualquiera que lo conociera a fondo sabría que algo malo —o inusual— estaba desarrollándose dentro del rubio. ¿Acaso debía alguien preocuparse por él? ¡Claro que sí! ¿Sería esa muchacha torpe y alegre, que él había dejado de llamar Wuafles y ahora solo se refería a ella con un tosco y malgeniado Indira? Era su más grande anhelo.
El barbado permaneció días ausente de cualquier contacto con ella. Días en que la vio evidentemente feliz. Estaba tan acostumbrado a ser tan displicente ante los sentimientos ajenos y propios, que reconocer su inminente curiosidad por la vida de ella le era difícil de digerir. Porque interesarse en alguien menos interesante que él era una grave contrariedad para su ego.
Ego que la rubia logró destrozar.
¿Cuántos días llevaba entre las sombras?
Dos o tres ¿semanas?
Había perdido la noción del tiempo, la rutina lo orillaba a ser un burdo autómata de la cotidianidad citadina.
No obstante, el tiempo no lo había ayudado en nada para su beneficio, porque las preguntas sin respuestas no hacían más que atormentarlo en sus quehaceres más simples. La curiosidad le calaba fuerte en el pensamiento y se le brotaba por los ojos cuando la bella muchacha se paseaba por el campus universitario, haciéndolo caer en un vórtice de ansiedad en el que, según su vago raciocinio, su atolondrada mente y su ego golpeado, el remedio lo llevaba ella prendado en su voz.
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Dos Corazones
RandomIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...