Los colores carmín, naranjas y violetas se mezclaban como un psicodélico batido de frutas en una licuadora palpitante, se movían de un lado a otro y tropezaban hasta derramarse sobre la mente de Indira, que estaba luchando para abrir los ojos sin quejarse en el intento, pero desistió y continuó acostada y cómoda.
Sintió la suave tela en la piel de sus piernas y las refregó con gusto, la frialdad le acarició la piel y ella se regocijó en la deliciosa sensación. Giró el cuerpo hacia un lado y se sorprendió al no palpar la pared de su habitación, entonces abrió los ojos, sufriendo por el golpe de luz y casi se ahoga en gritos y chillidos.
—¡Dónde estoy! —bisbiseó con la boca seca.
Miró su alrededor, aterrada, y no reconoció el amplio lugar. Se le llenó el pecho de pánico y comenzó a sollozar, asustada, porque no sabía cómo había llegado a ese lugar. Se miró sobre la enorme cama de sábanas negras y se tranquilizó al verse aún con la ropa puesta, se palpó sobre sus atributos femíneos y comprobó que su ropa interior seguía en donde debía estar.
Detalló la gigantesca cama, las paredes lisas blancas y grises, los cuadros que mostraban paisajes paradisíacos y los muebles sobrios y oscuros ordenados por la habitación. Se atrevió a levantarse y la cabeza le dio vueltas, amenazando con hacerle expulsar todo lo que ingirió la noche anterior.
—Dios mío, ¿dónde estoy? —sollozó y se sentó en el borde de la cama.
Miró de nuevo a su alrededor y vio cortinas, y juró que detrás de éstas debían haber ventanas, así que corrió hacia ellas y luego de retirarlas con premura, se pegó al vidrio. Miró una calle ancha de dos canales y muchas casas preciosas, que parecían casas modelos de los programas estadounidenses. Le pareció ilógico pensar en ello, cuando no tenía idea de dónde podía estar, y que tal vez estaba en peligro.
Se giró sobre sus talones, temblando y vio tres puertas. Trastabilló a la primera de la derecha y era un cuarto con ropa, mucha ropa masculina. Jamás había visto algo así, supuso que era alguna clase de armario y lo volvió a cerrar. Abrió la segunda puerta y era un baño, que le pareció de lujo, relucía de limpio. No había nadie dentro, así que entró y se miró en el espejo que ocupaba toda la pared, despeinada, ojerosa y pálida. Se lavó la cara casi dentro del espacioso lavabo, y al alzarse, las arcadas le removieron el cuerpo, por lo que terminó de rodillas en el váter.
Indira comenzó a llorar de rabia, de tristeza y miedo. La única noche que supuso que se divertiría, la convirtió en un desastre. Se emborrachó sin tener conciencia del peligro que podía correr, y ahora estaba metida en quién sabe dónde. Tan abrumada como angustiada continuó llorando y al verse tan débil y vulnerable, prefirió dejarse en el piso y pensó «Que sea lo que Dios quiera».
Un ruido afuera la hizo alertarse, así que miró en el cuarto de baño qué podía usar para defenderse, y lo único que vio fue un cepillo con el que se lava los inodoros. Lo empuñó tras su espalda y esperó con el trasero pegado al mesón. Muy despacio entró en su campo visual un alto muchacho, vestido con una musculosa gris que dejaba ver más de sus brazos y torso tatuados, y un pantalón negro, de cabello rubio y tupida barba, que sonrió al verla y se acercó.
—Sabes que veo el cepillo a través del espejo, ¿no?
Indira reconoció a Eduardo y corrió a abrazarlo con mucha felicidad.
—Estoy tan feliz de verte —murmuró entre lágrimas.
—¿Por qué? —dijo éste, separándola y la miró a los ojos—. ¿Qué pasa, Indira?
—No sabía dónde estaba y tuve mucho miedo —musitó con pucheros atravesados y volvió a llorar, esta vez sobre el pecho del muchacho.
—Muchacha gafa —comentó con tranquilidad y la abrazó sobre los hombros—. ¿Quieres darme ese cepillo? ¿Lavabas mi baño? —dijo con sorna y se rió despacio.
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Dos Corazones
RandomIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...