10-Desastre

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—¡Eres un aprovechado! —gritó la rubia.

Eduardo caminaba muy plácido por el pasillo principal del primer piso de la facultad, casi se podría decir que estaba alegre, y al escuchar tal juicio a sus espaldas y reconocer la aguda voz, no pudo más que soltar una animada carcajada. Detuvo los pasos y se giró hacia la furiosa rubia que machacaba el suelo con sus tenis, y cuando lo tuvo al frente le dio un empujón sin sentirse intimidada por la diferencia de alturas.

—¡Aprovechador! ¡Abusivo! —chilló de nuevo la muchacha y se colocó de puntas—. ¡Eres malo!

—Hola, Wuafles —obvió el joven con una sonrisa, como si nada ocurriera, y aquella muchacha frente a él parecía que iba a botar humo por las orejas como una tetera hirviendo.

—¡N-no me digas hola! Me estoy fastidiando de tus jueguitos estúpidos —reclamó y se le plantó más cerca—. ¿Para qué me das tu laptop si no puedo usarla porque tiene clave? Y ese indicio de contraseña ¿qué? —bufó la joven.

—Ah… ¿no la usaste? —replicó con ironía y la muchacha abrió más los ojos.

—N-no. No pude —contestó la joven y marcó algo de distancia. 

—¿Segura? Si la usaste, ya sabes la penitencia —avisó el rubio como amenaza, y notó cómo la muchacha retrocedió más y esta vez fue él quien adelantó unos pasos para encararla.

—¡Odio tus juegos! —exclamó ella. 

—No los odias, te encantan —atinó con parsimonioso orgullo—. Si los odiaras, no estuvieses haciéndome este berrinche delante de toda la facultad —recalcó y se sintió enorme y superior.

Porque muy a su modo, estaba logrando lo que quería. Volver loca a esa dulce muchacha.

—Okey, sí pude usar la laptop, sí pude hacer mi trabajo y el tuyo. Y es que ese es todo tu interés, que te haga tus estúpidos trabajos —largó ella con un tono amargo. 

—Puedes verlo como te plazca, no me esforzaré en explicarle eso a alguien tan necia como tú. 

La rubia abrió los ojos y separó los labios en un gesto de estupefacción, agraviada, y se bajó la mochila. Sacó la laptop con toda intención de devolverla, pero el joven ignoró aquel tonto acto de orgullo y se alejó, dejando sola a esa iracunda chiquilla.

El orgulloso rubio tarareaba una canción que había escuchado por la mañana antes de salir de la discoteca, se encontraba solo cuando caminaba hacia el aula de Dibujo I, y aquella melodía mal entonada fue interrumpida por la cortante y enojada voz de la rubia, que se acercó a rápidos pasos y se le volvió a atravesar.

—Toma tu laptop y dejemos esto así, ¿okey?

Si tú quisieras esta noche ir a bailar un chachachá, yo te puedo enamorar —canturreó y la chiquilla se puso pálida.

Eduardo se regocijó al detallar los iris caobas y vio cómo las pupilas de la muchacha se agrandaron ante su cercanía. Le dio un piquetito en la nariz y se adentró al salón.

—Esa fue la canción que escuchaste esta mañana ¿no? —objetó él y juntó dos escritorios para dejar su bolso—. Porque en mis sugerencias de música en YouTube aparecieron canciones que jamás en mi vida había escuchado. Muy hipsters comeflor para mi gusto.

—¿Me estabas espiando?

—Claro que no. Usaste mi cuenta de YouTube.

—No me fijé —musitó la chica y pareció apenada.

El rubio pasó sus dedos por los cabellos de la chica y los peinó al lado contrario. 

—Entonces te busco a las… ¿doce? Vamos al San Ignacio.

Dos CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora