20-Noticia

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Al día siguiente, fue a la universidad con temor a que fuese su último día. Estaba aterrada, porque no se imaginaba sin asistir a ese campus, en donde había vivido mucho en tan corto tiempo. Respiró con más profundidad cuando llegó al aula y no vio ni al rector ni a la psicóloga, era una buena señal.

Presentó los planos que había elaborado para Diseño Arquitectónico y al finalizar la clase, una mujer que nunca había visto acompañaba y hablaba con el profesor. El profesor llamó a Indira y esta se tensó. Recogió sus hojas expuestas sobre el amplio mesón y las pisadas le dolieron cuando se presentó frente a las dos personas.

—Hernández, la necesitan.

—H-hola...

—Señorita Hernández, me acompaña por favor hacia la oficina del rector Medina.

Todo se movió en espiral para la muchacha. El mundo se le abrió bajo los zapatos y se la tragó y devolvió a la corteza con estrepitosa violencia. Frío y calor la incineraba a la vez desde la frente hasta la planta de los pies. Se asustó más de lo que ya estaba, y no le quedó de otra que acompañar a la delgada mujer.

Ésta era más joven que la psicóloga, pero igual de elegante. La mujer quiso mostrarse amigable con Indira, pero para ella no había palabras que la sosegara.

La muchacha la dejó en la entrada de la oficina del rector y la rubia tocó la puerta. Escuchó Adelante y tomó el pomo de la puerta, que se le hizo muy frío y su mano resbaló de tanto sudar. Lo asió con ambas manos y entró. Escuchó su corazón latir en su cabeza y el rector la hizo sobresaltar cuando le pidió que tomara asiento. Ella, apresada por el miedo, tembló al sentarse en el sillón, y aunque intentó distraerse con los diplomas y trofeos que adornaban la amaderada oficina, no pudo apaciguar el nerviosismo.

—Señorita Hernández, así como ayer, voy a ser igual de directo. La psicóloga Mariana Goicoechea y yo, luego de recapitular y analizar los testimonios de usted y del profesor Franco, llegamos a la siguiente conclusión. —Entrelazó los dedos sobre el escritorio y respiró profundo—. Debido a que ambos, teniendo conocimiento de las consecuencias de sus actos, y aunque no lo tuviesen, Ignorantia juris non excusa, es decir, la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley, es justo y necesario que usted también sufra un castigo.

La muchacha guardó sus manos heladas entre los muslos y se impacientó, asustada y temblorosa. El rector se expresaba con solemnidad, y su rostro no parecía destilar emoción alguna.

»Usted, que labora en la USM Cafetería, queda removida del puesto de barista, por lo que la relación laboral se da por concluida. Y lo más importante, debido a la incongruencia de su testimonio y el levantamiento de falsas acusaciones hacia una figura de autoridad, su permanencia dentro del programa de becas se da por finalizada. Podrá continuar sus estudios dentro de la institución siempre que realice el pago de su matrícula.

El mundo se desmoronó frente a sus ojos. Sus sueños se hicieron añicos, se esfumaron como una bandada de aves asustadas por alguna bestia al acecho, y ella, en shock, solo miró al rector y percibió la humedad sobre sus mejillas.

»Así que queda de su parte la decisión de continuar su carrera universitaria en la institución.

El labio le tembló ante su intento de habla, y se retiró las lágrimas con rapidez. Tragó su espesa saliva y trató de gesticular.

—Las c-calif-ficaciones que tengo hasta ahora, ¿perm-manecerán?

—Así es, señorita Hernández.

—Está bien —musitó—. Es decir, pod-dré finalizar este semestre sin más contratiempos.

—Es correcto.

Dos CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora