Era el día más esperado de la semana, donde en muchas oficinas podían ir con ropa casual, y cuando Eduardo presenciaba más gente enloquecida en el local nocturno donde trabajaba. Estaba consciente que, para algunos comenzaba el fin de semana de fiesta y diversión sin límites, y para él era casi igual, pero con ciertas restricciones o podía ser despedido.
Fue temprano a la universidad —algo raro, porque en las últimas semanas había llegado tarde a casi todas sus clases—, como si esa vez tuviese verdaderos ánimos de ir, y se dirigió a la cafetería para beber el segundo café del día. «¿Qué clase de dieta es esta? Mucho sexo con desconocidas, mucho café y poco descanso» pensó, pero eso no evitó que dejara su café en la barra, y esta vez añadió una empanada. Se dirigió a una de las mesas apartadas y mordió la empanada, que soltó una nube de humo y se le calentó la nariz, así como también se le calentó el ánimo al ver a Indira y al profesor de matemáticas, al parecer hablando de algo que les hacía reír, mientras entraban a la cafetería.
«No soporto tanta alegría tan temprano».
A Eduardo no le agradó ver a ese par llegar juntos, y el estómago se le llenó de nudos muy apretados y gruesos. El hambre se le escapó por un costado y prefirió desechar el medio desayuno. Se alejó de la mesa, dispuesto a desaparecer de allí y la cercana voz de Indira lo hizo detener.
—¡Ed! Hola, ¿ya te vas?
Eduardo viró los ojos hasta no ver nada y cogió aire para enfrentar a Indira, como si supusiera un gran esfuerzo. ¿Pero por qué? Si casi la llamaba a diario y al menos le escribía una vez al día, no era una persona non grata para él. Indira sonreía felizmente y ladeó la cabeza al ver a Eduardo, por fin, de frente.
—Hola, estaré por ahí —respondió y fue inevitable cruzar la mirada con la del profesor Viktor, que estaba distante, esperando algo en la cafetería. Le dedicó un vago saludo de mentón y se centró de nuevo en Indira—. ¿Qué clase tienes? Porque sé que hoy no vemos matemáticas.
Indira rió con gracia y respondió:
—Teoría de la forma. ¿Nos vemos en Dibujo?
—Sí. Llámame, por si me quedo dormido.
Antes de irse, Eduardo detalló lo bonita y femenina que se veía Indira en ese vestido floreado y que sus piernas se lucían más estando desnudas. Ella siempre había ido en jeans gastados y le pareció que el cambio de ropa le hizo bien. Dejó a la rubia acompañada por el profesor Viktor, que se acercó con una bandeja con comida y dos bebidas. «Van a desayunar juntos» concluyó y ese nudo de su estómago se retorció más fuerte que antes. Obvió el sentimiento y se marchó hacia uno de los jardines de cuidado pasto, para tratar de dormir.
Se recostó sobre su bolso y tapó su cara con la capucha de su sudadera. Dejó sus manos en su pecho y cerró los ojos, intentando serenarse para dormir por un par de horas. Pero esa imagen de la rubia y el profesor le rondaba por la mente, y le exasperaba la amistad que ese par parecía compartir. Entonces el fresco recuerdo le sulfuró por dentro y se sacó la sudadera, el calor le iba a enfurecer más, y sin saber cómo calmarse, la tiró a un lado y se tapó los ojos con el brazo. Y allí, incómodo y enojado, se obligó a dormir.
El repentino sonido del celular lo despertó y de mala gana respondió la llamada.
—No se te olvidó —gruñó
—¿Por qué se me olvidaría? Ven al aula.
—No lo sé, parecías distraída. ¿Ya es la hora? —preguntó con la voz adormecida, se sentó y sacudió las matitas que se le pegaron a los tintados brazos.
—No, falta un rato, pero así hablamos.
—Okey.
Colgó la llamada antes que ella lo hiciera y fue al baño de la facultad. Al rato, entró al aula de Dibujo I, y vio a Indira ocupando un par de escritorios con sus cosas.
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Dos Corazones
RandomIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...