Pasadas las seis de la tarde, la rubia se encontraba en el auto plateado junto a Viktor, en la autopista Gran Mariscal de Ayacucho. Sonaba algo de Sebastian Yatra en el estéreo y el tráfico estaba bastante pesado. Aunque era la autopista, solían hacerse filas debido a las inoportunas y mal organizadas alcabalas y, aunado a la hora pico, se volvía un embudo en una vía donde los autos deberían fluir.
—No entiendo por qué tienen que colocar alcabalas a esta hora y este día... —rezongó Viktor, muy serio.
—¿No suelen hacerlas?
—Sí, pero... Es viernes, es la hora donde todos regresan a casa... Es una coño 'e madrada.
—Lo es —musitó ella un poco intimidada ante el mal humor del profesor, y se quedó mirando por la ventana—. ¿Falta mucho?
Viktor rió con un poco de condescendencia, si es que eso era posible.
—Sí, apenas salimos de Petare —explicó con pesar—. Pero esto no debería tardar mucho, o sea, ya luego los tramos deberían estar libres, o al menos con tráfico movido. No este estacionamiento —soltó y presionó el claxon varias veces, por varios segundos.
—Bueno, tengamos paciencia —agregó ella, siendo indiferente ante la ansiedad de Viktor.
—Cierto, sí. Tienes razón —aceptó y resopló, con la sien pegada al vidrio de su ventana—. Si gustas, pon la música que quieras, está Spotify... —mencionó y le guiñó un ojo en cuanto ella volteó.
—Gracias.
Pero la muchacha no colocó nada diferente a lo que ya les consentía el privado interior del vehículo. Casi una hora después, seguían rodando en la carretera, pero se veían luces a lo lejos y una que otra población pasaba muy rápido por las orillas del trayecto.
—¡Ya huele a sal! —celebró la muchacha y bajó el vidrio de su ventana.
La brisa le despeinó los cabellos y ella sonrió muy emocionada.
—Ya casi llegamos —confirmó el profesor, que se veía más relajado que al comienzo del viaje.
Un enorme monumento a la Virgen del Carmen les dio la bienvenida a la región, y la rubia se mostró totalmente fascinada y sorprendida ante la colosal figura.
—¡Qué bonita...!
—Varias cuadras más y llegamos...
Y tal como lo aseguró, llegaron a un bonito conjunto residencial cerrado. Viktor se anunció en la portería e indicó el número del apartamento donde se quedarían, y el vigilante les permitió el ingreso luego de confirmar sus datos personales. Dejó el auto estacionado en el parqueadero y ambos bajaron.
—Es bastante venteado, aunque cálido —mencionó ella y se arrebujó entre sus brazos.
—No me digas que tienes frío... —burló Viktor y le pasó un brazo sobre los hombros.
—No es frío, es que está haciendo brisa —chistó ella, pero no se resistió ante el informal abrazo.
—Bueno, vente, que el apartamento es por aquí.
Caminaron hasta pasar varias entradas y dieron con el bloque C. Subieron tres pisos y Viktor se detuvo frente a la puerta con la placa C2. Tocó el timbre y se escucharon risas masculinas en el interior.
—¡Llegó el peluche! —gritó un joven al abrir la puerta.
Viktor lo saludó con mucha camaradería y retrocedió un paso para que Indira fuese visible para todos. La presentó ante sus amigos, que no parecían educadores, aunque él tampoco lo parecía. La saludaron con amabilidad y ella trató de grabarse sus nombres, aunque le costaría. Detalló que Carlos era el que en ese momento llevaba una franela negra y era tan alto como Viktor, Marcos era moreno y musculoso y se veía amistoso; y Kristian —sí, con ka, el muchacho se tomó la molestia de enfatizarlo de manera graciosa— era, pues, el gordito gracioso.
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Dos Corazones
RandomIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...