17-Respuestas

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Eran casi las tres de la madrugada y la rubia yacía en su cama, con los ojos hinchados de pensamientos y la mente desbordada en lágrimas. No había dormido casi desde el sábado, y en pocas horas debía levantarse para ir a la universidad. No tenía idea de cómo iba a afrontar la batalla de ese día, estaba apanicada. Lo menos que deseaba era que Viktor y Vikson tuviesen otro encontronazo.

Pero tampoco se sentía preparada para hablar con Viktor. ¡Oh, no, no, no! De solo imaginarlo al frente, con sus ojos azules y su sonrisa ladina de colmillos largos, le temblaban las piernas y se le arrugaba el corazón. Pero sabía que Viktor no le sonreiría como antes. Lo vió muy afectado, él ya debía tener idea de todo, no era tan estúpido como ella.

Cuando sonó la alarma de su despertador, la apagó de inmediato y se arregló para irse a clases. Las ojeras le opacaban mucho el rostro, pero no halló manera de que su polvo compacto la hiciera ver más humana.

Caminó rápido hasta el metro y el ajetreo de la muchedumbre la absorbió y escupió entre las venas de la ciudad. Con todo y la demora de los trenes, llegó temprano a la universidad, y en vez de buscar algo de comida, pues casi no había ingerido alimentos en todo el fin de semana, se fue al salón de clases. Sacó su cuaderno y se recostó del escritorio en posición de descanso. Sus ojos se hicieron pesados, y le dolía mantenerlos abiertos. Estaba exhausta, cansada de todo y de nada. Se dijo que descansaría un ratito nada más, lo suficiente para no dormirse durante la clase.

Le volvió la consciencia y se removió en su sitio, se sintió bastante cómoda, pero mareada. La cabeza le dolía mucho, sobre todo hacia la parte de atrás, y se dio cuenta de que ya no estaba sentada, ¡sino acostada! Sintió algo muy liso debajo y crujió al ella estrujarse sobre lo que sea donde estuviese. Abrió los ojos y una fuerte luz le dio un choque de frente como camión a sus fotorreceptores. ¿Dónde estaba? ¿Acaso había estado soñando todo?

«¡No de nuevo, por favor!».

Parpadeó varias veces y logró enfocar un techo albino de cielo raso y algunas bombillas largas del mismo color. Sintió su cuerpo adormecido, frío. Sus manos muy heladas y un cosquilleo le comenzaba a surgir en la punta de sus dedos. Los ojos se le humedecieron un poco, pero contuvo el llanto y miró a su izquierda, donde, para su sorpresa, estaba Eduardo, con los ojos fijos en ella, y su mano le acarició en la frente con inusitada ternura.

—¿Cómo te sientes? —preguntó mientras continuaba acariciándola.

—Mareada —balbuceó—, no sé. ¿Qué pasó?

—Te desmayaste. Pero bien ida, Morty. —Silbó mientras giraba la punta de un dedo en el aire, como una mosca cayendo, y aplastó la yema del dedo en la frente de ella.

—¿Tú me trajiste aquí? —musitó la muchacha, aún sorprendida pero agradecida por su compañía.

—Sí... Viktor me dio permiso. Bien generoso el desgraciado... —bufó.

La rubia intentó sentarse, pero se sintió débil y prefirió quedarse acostada.

—¿Comiste? Tienes una cara... Una momia de tres mil años se vería mejor que tú ahora —señaló, algo jocoso y apretó los labios. El corte le estaba cicatrizando.

—No he tenido mucha hambre —alegó ella. Su apetito era inexistente.

—Vas a desaparecer, vamos a la feria por algo.

La enfermera le hizo un chequeo rápido a la rubia y la dejó ir solo porque estaba acompañada, y porque Eduardo le aseguró que la llevaría a desayunar.

Estando en la feria, el rubio básicamente la obligó a comer. Ella se bebió un jugo de naranja con todo gusto, y luego comió una ensalada de frutas, pero a su estómago no le dio la gana de aceptar un simple sándwich de queso y jamón; y terminó dejándoselo al preocupado muchacho.

Dos CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora