Eran las seis de la tarde y la rubiecilla se quitaba el delantal negro. Estaba a punto de retirarse de la cafetería para ir a descansar del inusual día. Entre el hostigamiento de Eduardo y los constantes mensajes de Viktor, Indira no había tenido oportunidad de respirar sin que se le cruzase el nombre de alguno de los dos por la mente. Y es que estaba acobardada, consciente que sus desastrosas decisiones la llevarían a un callejón ciego del cual no tendría escapatoria, y le daba pánico, pero se sentía tan viva, que las emociones le erizaban la piel y la llevaban de un extremo a otro sin comprenderlo a plenitud. Extrañamente, estaba disfrutando de esa inestabilidad.
Salió de la cafetería con su mochila al hombro y apenas pisó afuera de la feria le dio pánico encontrarse con Viktor, por lo que varió su ruta para llegar a la salida de la universidad y tomar el transporte.
Mientras el autobús descendía el cerro, la muchacha reflexionaba acerca de los hechos vividos en sus últimos días, y es que se desconocía por completo. La salida con Eduardo, el despertar en su habitación y sus supuestas acciones en la discoteca le dejaban mucho que pensar. No estaba habituada a la vida nocturna y tampoco era una consumidora frecuente de las bebidas alcohólicas, sin embargo, atribuyó su desenfado como un posible despecho por lo sucedido con Maicol.
Revisó la lista de contactos de su WhatsApp y el muchacho aún exhibía la foto del beso con la pelinegra. Esta vez no le dolió tanto, porque recordó que, muy a su manera, estaba superándolo. Y el hecho de que Viktor le tuviese el WhatsApp saturado con mensajes, y que Eduardo la haya acechado buena parte del día le subía su autoestima.
Durante el trayecto en el metro, su celular tuvo un respiro de notificaciones y la muchacha se sintió calmada, pero apenas salió a la superficie, la avalancha de mensajes le causó un cosquilleo en su espalda, y la muchacha en vez de lamentarse, se alegró. Se aconsejó con disfrutar de su soltería, y solo se reprochó el no haberle dado la cara a Viktor, que había sido muy bueno con ella durante todo el tiempo que llevaba estudiando. Así que cuando estuvo en la habitación de la residencia, sacó su celular y leyó todos los mensajes que tenía de él desde el fin de semana.
—Qué intenso es —señaló la muchacha mientras releía el historial del chat—. Y menos mal que no me lo encontré en los pasillos, no hubiese tenido forma de explicarle porqué caminaba pegada a Eduardo —reflexionó jocosamente.
Vio que el joven estaba en línea y le escribió:
—Hola, Viktor. Necesito hablar contigo.
El mensaje fue leído al instante y salía escribiendo en la parte superior del chat. La respuesta llegó:
—¿Qué hice? :S
—No hiciste nada. Fui yo la que hizo algo. Pero hablemos esto mañana en la mañana ¿sí?
—Bueno, por un día más no pasa nada. Buenas noches.
La chica suspiró, conforme con la respuesta obtenida y se recostó en su cama, detallando la rugosidad del blanquecino techo.
—Ni siquiera sé qué le voy a decir…
Comenzó a divagar por las aplicaciones de su celular y terminó en la galería de fotos. Miró una imagen que parecía tener texto y la abrió.
—¡El dinero de Eduardo! —exclamó.
Abrió su cuenta en el móvil y devolvió el dinero sobrante al muchacho, agradeciendo que no le reclamó. Le hizo una captura a su pantalla y se la envió por WhatsApp.
—Gracias por no acosarme por esto.
—Mira, ni recordaba ese dinero. Te lo pudiste haber quedado y yo no lo hubiese notado. Gracias por tu honestidad.
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Dos Corazones
RastgeleIndira nunca creyó que su vida se vería dividida entre dos corazones. El primero: un caballero, el novio de ensueños que te llevaría al cielo si tan solo se lo insinúas; y el segundo: un rebelde pasional que no teme voltearle el mundo a la chica de...